La democracia enfrenta hoy su mayor reto: no tanto por amenazas externas, sino por su debilitamiento interno. En muchos países, liderazgos narcisistas y totalitarios han utilizado las mismas instituciones democráticas que los llevaron al poder para concentrarlo, despreciando la diversidad, las voces críticas y la participación ciudadana.
En este contexto, el poder ciudadano emerge como la respuesta más contundente. Más allá de votar o protestar, el poder ciudadano es la capacidad de construir, proteger y transformar la democracia desde las acciones colectivas e individuales. Es una fuerza que exige y participa, que no sólo espera resultados, sino que los genera.
En todo el mundo, hemos visto cómo movimientos ciudadanos han resistido la erosión democrática. Desde las manifestaciones en Hong Kong en 2019 hasta el Estallido social en Chile el mismo año pasando por la movilización organizada por asociaciones como Poder Ciudadano en México, estos movimientos ponen en evidencia algo: la democracia no se defiende sola, necesita vigilancia, resiliencia y compromiso, pero sobre todo, participación de las y los ciudadanos.
Frente a esto nos encontramos con otra realidad, esa de los liderazgos narcisistas, psicopáticos y autoritarios manipulando las emociones colectivas, polarizando como herramienta de control y haciendo todo a su alcance para debilitar la cohesión social. Estos liderazgos desprecian la empatía y buscan perpetuar su poder a través del miedo y la desinformación.
Frente a esto resulta necesaria la construcción de liderazgos de base, liderazgos ciudadanos con características distintas: liderazgos incluyentes, empáticos, que fomenten la escucha activa y transformadora, capaces de integrar, aprender y construir desde la diversidad. Liderazgos que unan, que exijan rendición de cuentas y que sean la voz activa de las demandas sociales reales, no las impuestas desde el poder y con la agenda de los partidos políticos.
Las mujeres han jugado un papel crucial en esta lucha. Sin mujeres no hay democracia. Los movimientos sociales de mujeres en la segunda mitad del Siglo 20 son una prueba de ello. Esa realidad sigue siendo vigente hoy en día, con una consideración más y es que las mujeres vivimos más que los hombres en una sociedad que está envejeciendo y las mujeres mayores de cincuenta años están destinadas a jugar un papel crucial en los próximos años.
En estos contextos convulsos y complicados, en los que mediante el poder de las urnas llegan hombres y mujeres al poder con una agenda autoritaria, resulta necesaria la resiliencia, y sobre todo, el fortalecimiento de valores no negociables. Ubico en ellos principalmente dos: la libertad y la esperanza. Su existencia no puede darse por sentada, y menos ante esta paradoja democrática, en la que a través de procesos e instituciones electorales se eligen liderazgos antidemocráticos. Se trata de conquistas diarias que tienen que defenderse por dos vías a la vez: la individual y la colectiva. La libertad requiere que cuestionemos constantemente las narrativas que otros intentan imponernos y la esperanza es el motor que nos permite seguir adelante, incluso en los momentos más oscuros.
Siendo así, no queda más que decir que en este contexto la resiliencia no es sólo una cualidad personal, es un acto político. Resistir frente a la adversidad, construir en medio del caos y avanzar con propósito son los actos más poderosos para defender nuestras democracias.
Suena fácil. No lo es. En ello radica precisamente el desafío.
La democracia no es perfecta ni inamovible. Es frágil, lo estamos viendo en el mundo. Necesita una ciudadanía consciente y comprometida. No podemos esperar que las instituciones la protejan por sí solas, ni que los liderazgos políticos sean siempre su mejor defensa. Es la acción ciudadana diaria la que hará la diferencia.
Hoy más que nunca, necesitamos ciudadanas y ciudadanos comprometidos con la construcción de la democracia cotidiana, con la rendición de cuentas y la transparencia, promotores del diálogo entre personas con visiones distintas y que provienen de realidades diferentes y dispuestas a hacer una cruzada cotidiana a favor de los valores democráticos.
La democracia no muere de un día para otro, pero tampoco se reconstruye de un día para otro.
Es un proceso constante que necesita de todas y todos. El poder ciudadano no es sólo una herramienta. Es en este momento, nuestra mayor esperanza. Porque la democracia, al final, vive en las manos de la gente.