Llegas un día con el nutriólogo. Estás obeso y enfermo pero falta un mes para tus vacaciones, quieres ponerte un traje de baño sin sentirte avergonzado de tu figura o jugar volibol con cierta gracia en la playa. Entonces pides lo obvio: “necesito bajar 8-10 kilos de volada, deme una dieta para eso”. El nutriólogo no puede menos que reírse de ti y te dice: “no puede usted bajar en un mes lo que engordó durante años...”.
Así estamos en Culiacán: queremos que la autoridad resuelva de un día para otro la violencia que nos abruma, pero esta surge de un fenómeno mafioso que hemos incubado por décadas y del que todos, incluido el Gobierno, somos corresponsables.
Perdóneme lo burdo de la anécdota pero la uso para ilustrar un poco la respuesta honesta -que no agradable- que dio ayer el Secretario de Seguridad Pública del Gobierno federal, Omar García Harfuch, cuando los reporteros de Sinaloa le preguntaron, acá en Culiacán, eso que todos queremos saber: ¿cuándo acabará esta pesadilla?
Cito textual a García Harfuch: “¿Cuál es la responsabilidad de la autoridad? Más de una opinión o una declaración, es asegurarnos que la violencia disminuya. No es de la noche a la mañana, pero vamos a trabajar todos los días para que disminuya...”.
Y sí, tiene razón. Las facciones criminales que hoy se disputan el dominio del territorio en el que vivimos los sinaloenses llevan décadas creciendo y diversificando sus actividades a niveles lamentables de la vida y el espacio público: los “punteros” que nos vigilan a diario, las “jugadas” que son puntos de violencia y negocios ilegales, los negocios que son lavados de dinero y a los que todos vamos, los narcopoliticos que en corto presumen sus conexiones y que gente “buena” apoya porque es lo que hay o les conviene, y un larguísimo etcétera que componen el modelo de convivencia mafioso que hemos consolidado por muchos años y al que llamábamos hipócritamente “paz”.
¿Cuánto durará entonces esta escalada? Le doy datos: a las guerras intestinas anteriores en el Cártel de Sinaloa les tomó un tercio del tiempo la curva ascendente de los homicidios y dos tercios la descendente; la “caída” dejó el doble de muertos que la “subida”. El punto de inflexión fue la neutralización de los liderazgos de, al menos, una de las facciones.
No significa que tenga que ser así en ésta, que es la guerra definitiva, pero conviene tener presente la evidencia para no hacernos expectativas ingenuas. La curva sigue subiendo y los capos siguen libres e impunes, lo que implica que la situación es grave y no acabará pronto.
Asumámoslo así y actuemos en consecuencia; hacia adentro, en nuestras familias, empleos y negocios; pero sobre todo hacia afuera: en la articulación ciudadana y la exigencia constante y contundente a nuestras autoridades para que cada quien hagamos más -sí, más- de lo que nos toca.
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