Escuché incrédula la mañanera del lunes del Presidente López Obrador. Volvió a asistir el periodista Jorge Ramos para cuestionar de manera respetuosa la situación sobre la violencia en México. Como siempre, iba preparado. Pero ante el avasallamiento de la palabra del Presidente no pudo más que emitir 717 palabras divididas en 41 intentos de intervención de a lo más 10 palabras: “pero vea”, “nuestro trabajo es hacer preguntas”, “pero son 43 [periodistas] muertos”, “pero el punto es que es su gobierno no ha podido proteger la vida de los mexicanos”, “166 mil muertos en cinco años”, “no puede presentar como un éxito tener 81 muertos diarios”, “su gobierno no ha podido proteger la vida de los mexicanos”, “una tragedia nacional, con todo respeto, Presidente”. Puras verdades.
A pesar de sus cuestionamientos respaldados en datos oficiales y decir con todas sus letras que la estrategia de seguridad del Presidente López Obrador ha sido un fracaso, se le impidió desarrollar su argumento. No logró mover, mucho menos conmover al Presidente.
El monólogo que le recetó a Ramos fue inverosímil. Tuvo la desfachatez de decir que en México entre el 70 y el 80 por ciento de los homicidios de periodistas han sido resueltos. Que México no es uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo. Que el periodista calló con Calderón y no ha hecho una investigación sobre la violencia en Guanajuato que lleva años gobernado por el PAN.
Como siempre la víctima son él y su gobierno. Que tragedia no son los 38 periodistas muertos sino su persona que es difamada por los periodistas vivos. Le dijo, “a eso estás acostumbrado, a eso, a poner a los que tienen autoridad moral en el banquillo de los acusados. Aquí no”.
Que los homicidios dolosos no son la principal causa de muerte. Que apenas están en el octavo lugar, muy por debajo de los infartos que ocupan el primero.
Que México es un país pacífico.
Pero el momento culmen fue cuando dijo que los 170 mil homicidios ocurridos durante su sexenio NO son una tragedia. Tragedia dijo son los 100 mil que han muerto por fentanilo en Estados Unidos. Que tragedia no es lo que ocurre en México sino lo que ocurre en Estados Unidos donde “culturalmente hay una decadencia... una descomposición social, falta de fraternidad, de solidaridad, de pérdida de valores”. Donde priva el individualismo y el materialismo. Donde los adolescentes son expulsados de sus casas y sus padres no quieren ocuparse de ellos. Que, en cambio, México es uno de los países más felices México es una potencia cultural porque somos herederos de civilizaciones que nos dejaron una gran reserva de valores, culturales, morales, espirituales.
Tragedia dijo es un país que no tiene una tradición y herencia culturales como las de México.
Le faltó decir que tampoco es una tragedia que tan solo el fin de semana pasado 219 personas fueron asesinadas.
Que no cambiará su estrategia porque él ha apostado a un país más justo y que sólo a través de la justicia se puede erradicar la violencia. No leyó el más reciente informe de la ONU sobre derechos humanos en donde México es seriamente cuestionado precisamente porque en su gobierno el respeto a los derechos humanos se ha deteriorado aún más y la justicia, también.
Al final alguna verdad quedó: AMLO tuvo que reconocer que el suyo será el sexenio más violento con aproximadamente 190 mil homicidios.
No es una novedad decirlo pero es imposible dialogar con el poder, mucho menos con el Presidente. Si no hay una base mínima, un piso de datos y significados a partir de los cuales se pueda discutir, el diálogo no es viable. De los datos falsos y las comparaciones tramposas que usa el Presidente se han escrito ríos de tinta. De la definición o significado de ciertos conceptos claves se ha hablado menos pero como bien lo muestra el doctor Mauricio Merino en su más reciente libro Gato por Liebre, La importancia de las palabras en la deliberación pública (Debate, Penguin 2023) la alteración del lenguaje se asemeja a la distorsión de los datos duros. Merino nos dice que escribió el libro para denunciar y discutir la distorsión del lenguaje que emplean los poderosos para afirmarse en el poder: “el fraude que cometen sobre las palabras con el fin de que cobren significados afines a sus intereses. No se conforman con ejercer el mando, también aspiran a crear la imagen de una realidad que les conviene con solo nombrarla. Esa realidad no existe más que en sus discursos, pero hay otra que asoma con terquedad entre las líneas. Por eso necesitan renombrarla, someterla, recrearla y resignificar cada palabra para describir sus fantasías, esos demiurgos insaciables”.
Evidentemente no se trató de opiniones divergentes entre un periodista que llegó preparado para hacer preguntas incómodas al Presidente. Se trató, como ocurre todas las mañanas, de un abuso del poder en el que el Presidente se arroga el derecho de hablar y de mentir durante horas y al periodista no se le permite más que formular una pregunta.
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