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El Presidente de la República Andrés Manuel López Obrador asistió el viernes en la ciudad fronteriza de Ciudad Juárez, con la finalidad de investigar el fatídico acontecimiento de la muerte de 40 migrantes centroamericanos incinerados el lunes pasado en las crujías donde fueron recluidos en un centro de detención provisional del Instituto Nacional de Migración, a petición del Alcalde Cruz Pérez Cuéllar, quien ya había advertido “que era momento de ponerles un alto, de sus despliegues callejeras, en las cuales derribaron barreras del puente internacional Santa Fe, con el propósito de internarse a Estados Unidos, vender en la calle artículos diversos, pedir limosnas, poner en riesgo a menores de edad e incluso a cometer actos de hostigamiento sexual contra mujeres”, según reveló el periódico de La Jornada.
Las esposas de los migrantes fallecidos dijeron literalmente que los “dejaron morir”, ya que fueron detenidos por elementos antimotines de la Patrulla Fronteriza y agentes migratorios ante quejas de ciudadanos, empresarios y comerciantes.
El artículo 2 de la Ley de Migración vigente estipula que “son principios en los que debe sustentarse la política migratoria del Estado Mexicano”, esto es: “El respeto irrestricto de los derechos humanos de los migrantes, sea cual fuere su origen, nacionalidad, género, étnica, edad y situación migratoria, con especial atención a grupos vulnerables, como menores de edad, mujeres, indígenas, adolescentes y personas de la tercera edad”.
Dejemos de lado lo jurídico y la confrontación de la política. Las caravanas de migrantes en todo el mundo son desplazamientos agobiados por la miseria, la violencia y la falta de empleos en sus países de origen y concitados como xenofóbicos, racistas, discriminatorios, ignorantes, lo cual violenta los derechos humanos fundamentales que la ONU proclama, pero no defiende.
Estamos en presencia de una “crisis humanitaria” que ha expulsado a cientos de miles de personas originarias de sus territorios, y también de un “crisis de civilidad”, lo que ambas “crisis” ponen en evidencia que los miles de millones de habitantes que poblamos la tierra, estamos inmersos en una involución sin parangón alguno.
Con el paso del tiempo y la nefasta globalización mundial, los seres humanos hemos perdido nuestra identidad y condición de vida, y a la par, antepuesto las diferencias raciales, sociales, nacionales, religiosas, ideológicas e incluso géneros de la especie humana.
No se explica de otra manera. Las actitudes y conductas discriminatorias racistas han denotado y expulsado a los migrantes en las redes sociales de la inmensa mayoría de las naciones, por el solo hecho de ser “extranjeros” y “pobres”.
Me pregunto y les pregunto: ¿Por qué la oligarquía y el poder hegemónico de las naciones los discriminan, ofenden, encarcelan, asesinan y deportan a los migrantes? Todos somos seres humanos, distintos pero iguales. Somos la única especie del reino animal que, además de adaptar a la naturaleza, la transforma desde los orígenes de nuestros antecesores “homínidos”, que vivieron entre 1.9 millones de años y 117 mil años antes del presente.
Las migraciones forzadas humillan la especie humana y provocan la muerte de millones de personas. La historia es testimonio de ello. El comercio emerge de esclavos africanos (12 millones) entre los años de 1500 y 1830; el desplazamiento forzado de 8 millones de europeos en la primera Guerra Mundial; la esclavización de judíos y otras razas “inferiores” en la Segunda Guerra Mundial; el exilio de más de un millón de españoles, la mayoría de los cuales se refugiaron en Francia y México; la cruenta “Guerra de los seis días” de Israel contra Palestina, que dejó a más de 2 millones de palestinos sin tierra ni país; la crisis alimentaria provocada por la epidemia de Mildiú en Irlanda, que arrasó las plantaciones de patatas y provocó la muerte por inanición de un millón de personas en la isla y la emigración de 2 millones de ingleses que se trasladaron a Estados Unidos; las guerras civiles y étnicas en África que ha expulsado a millones de sudaneses, liberianos y ruaneses; la Guerra de la “limpieza étnica” en los Balcanes que desembró a la antigua Yugoslavia, y generó el desplazamiento de 4 millones de habitantes y finalmente, los conflictos armados auspiciados por Estados Unidos en Centroamérica, el desplazamiento de esos hechos y la violencia criminal, que han generado un flujo anual migratorio de 75 mil centroamericanos a México y a Estados Unidos.
Concluyo: Es inadmisible que México asuma el papel de policía migratoria a mandato del Presidente de Estados Unidos, desde sus orígenes y ahora en vísperas de la reelección de Trump, lo promuevan los republicanos.
Bien lo dijo José de Sousa Saramago: “El odio está servido y necesitamos políticos que sepan estar a la altura de las circunstancias”, no de los ex presidentes neoliberales que antes y ahora desdeñan el asilo y el refugio de miles de víctimas de la crisis humanitaria.
Veremos y diremos si la Cuarta transformación integra la conciencia social y la democracia participativa. Espero que AMLO comparta mi reflexión en Voz Alta.