Castillo, Cristina, Evo y Lula

    En una sociedad con riqueza bien distribuida, Pedro, Cristina, Evo, Lula, Andrés Manuel, Boric y Petro jamás habrían llegado al poder con ofertas de izquierda, aun habiendo corrupción, porque los diversos estudios latinoamericanos han demostrado desde hace décadas que lo que más les interesa a las mayorías en esta región del mundo es una mejor distribución de la riqueza. Pueden tolerar la corrupción y la falta de democracia, pero no la injusticia social. Pero, como la derecha es incapaz de proponer un programa de amplio beneficio social para los pobres, porque eso es propio de los “populistas” o “comunistas”, pues van a seguir perdiendo elecciones.

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    Es evidente que ningún país de América Latina -¿cuántos en el mundo?- ha encontrado la fórmula para desterrar la corrupción, la injusta distribución del ingreso y una sólida democracia. Se ha pasado por todas las formas posibles de gobierno o, por lo menos, por muchas de ellas, y con ninguna se ha logrado forjar una sociedad digna de enaltecer de manera permanente.

    De los regímenes liberales y las dictaduras militares del Siglo 19, al populismo y al ultraneoliberalismo de inicios del Siglo 21, pasando por los populismos corporativistas y nacionalistas de la primera mitad del Siglo 20 y los socialismos cubano y venezolano y nicaragüense contemporáneos, ningún régimen ha sido satisfactorio. Nadie ha podido conjuntar justicia social satisfactoria, democracia consolidada y reducción sensible de la corrupción.

    En el presente siglo, todas las naciones latinoamericanas experimentan una creciente polarización en la distribución del ingreso y en la lucha por el poder político atravesada por una corrupción incesante, al margen del signo ideológico-político de sus gobiernos. El vaivén en la titularidad del poder político, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, se explica en gran medida por la polarización social en la distribución de la renta nacional- la cual solo se reduce coyuntural o parcialmente o se incrementa- por la inestabilidad política, ya sea como producto de la incapacidad de quienes gobiernan, de la intransigencia ideológica de los opositores políticos y de una ciudadanía poco participativa, amén de la debilidad de las instituciones públicas.

    Es así como vemos la constante alternancia entre gobierno de izquierdas y derechas, sobre todo en Sudamérica. Alternancia que a veces se da electoralmente y a veces mediante maniobras político legales como se ha visto en Bolivia, Brasil y ahora en Perú.

    Pedro Castillo no ha tenido la capacidad de conducir al Perú y su corrupción parece innegable, pero sus opositores no esperaron a un nuevo proceso electoral para derrotarlo y optaron por la vía político legal para bajarlo del poder, en una maniobra golpista semejante a la que se utilizó en Bolivia para sacar a Evo Morales de la Presidencia de su país. Antes, Castillo también recurrió a una maniobra legal para disminuir políticamente a sus opositores, pero no le cuajó. Es decir, la inestabilidad y el encono político en Perú es tal que constantemente se echa mano de recursos políticos no electorales para botar del poder a equis gobernante, ya sean de derecha o de izquierda.

    En Argentina, los opositores al partido en el poder han condenado a la vicepresidenta Cristina Fernández a seis años de prisión y al retiro de sus derechos políticos para contender por un cargo de elección popular. La condena se debe a que, según el tribunal que la juzgó, la encontró culpable de enriquecerse con obra pública en la Provincia de Santa Fe. Al margen de que la acusación es sólida y comprobada lo cierto es que Cristina es la líder más poderosa del kirchnerismo, una variante política de centro izquierda a la que la derecha quería inhabilitar desde hace varios años. Aprovecharon la evidente corrupción y la tronaron. Sin embargo, los tribunales no han actuado igual contra el ex presidente Macri, el máximo representante del neoliberalismo argentino, lo cual habla de que el Poder Judicial en ese país, como en Brasil, Bolivia, México y otros países, no se salva de la polarización política.

    En Bolivia depusieron mediante un golpe de Estado legaloide a Evo Morales, pero su partido poco tiempo después regresó al poder mediante las urnas. Si hubo corrupción en la administración de Evo Morales al electorado no le importó mucho porque su candidato ganó los comicios. ¿Por qué?, seguramente porque la pobreza había disminuido sensiblemente durante la gestión del político aymara.

    A Lula lo enjuiciaron por “corrupción pasiva y lavado de dinero”, varios años después lo absolvieron y volvió a ganar las elecciones en una contienda muy disputada.

    A Cristina, Evo y Lula los han acusado de corrupción y buscaron inhabilitarlos políticamente de por vida. No sabemos qué vaya a pasar con Cristina, pero Evo y Lula se recuperaron.

    En una sociedad con riqueza bien distribuida, Pedro, Cristina, Evo, Lula, Andrés Manuel, Boric y Petro jamás habrían llegado al poder con ofertas de izquierda, aun habiendo corrupción, porque los diversos estudios latinoamericanos han demostrado desde hace décadas que lo que más les interesa a las mayorías en esta región del mundo es una mejor distribución de la riqueza. Pueden tolerar la corrupción y la falta de democracia, pero no la injusticia social. Pero, como la derecha es incapaz de proponer un programa de amplio beneficio social para los pobres, porque eso es propio de los “populistas” o “comunistas”, pues van a seguir perdiendo elecciones. Y si las ganan porque las izquierdas se corrompen no tardan ni una administración para perder nuevamente el poder. Incluso logrando un alto crecimiento económico en base a pautas neoliberales, como fue en Chile o Perú, no son capaces de distribuir equitativamente la riqueza generada. Y de la corrupción no hablemos porque nadie en América Latina ha podido combatirla a fondo, Ni populistas ni neoliberales.

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