El inicio del Siglo 21 es testigo del giro de los más importantes países de América Latina al ancho espectro ideológico y político de las izquierdas.
Si bien hay precursores más remotos, como Cuba (1959), Nicaragua (1979), que llegaron al poder a través de la lucha armada, y Venezuela mediante el voto (1999), (sin incluir al Chile allendista que fue derrocado bajo un golpe de Estado en 1973), y con programas anticapitalistas, como la supresión casi total de la propiedad privada en Cuba o con una extendida propiedad estatal sin eliminación total de las empresas capitalistas tanto en Nicaragua como en Venezuela, a partir de los triunfos electorales de Lula en Brasil-2002, Néstor Kirchner en Argentina-2003, Tabaré Vázquez en Uruguay-2005, Michelle Bachellet en Chile-2006, y Rafael Correa en Ecuador-2007, se construyó el primer ciclo de victorias electorales de las diferentes izquierdas latinoamericanas.
En 2018, con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en México- aun con la pérdida del poder en Uruguay (2020) y Ecuador (2021)- se inició un segundo ciclo de victorias electorales de las izquierdas en América Latina con Alberto Fernández en Argentina (2019), Luis Arce en Bolivia (2020), Pedro Castillo en Perú (2021), Xiomara Castro en Honduras (2021), Gabriel Boric en Chile (2021) y ahora en 2022, Gustavo Petro en Colombia, a los que se sumará muy posiblemente este año, Lula, en Brasil.
Es imposible intentar un análisis en esta columna de opinión de cuáles han sido los factores que expliquen tales triunfos, porque los factores son muy diversos y complejos, pero sí es posible afirmar que en todos los casos el aumento de la pobreza y la desigualdad, la inseguridad y la corrupción en toda la región son causas señaladas una y otra vez.
En efecto, la ancestral desigualdad en la distribución de la riqueza en América Latina, donde destacan Brasil, México y Colombia como los más inequitativos, se ha profundizado cada vez más en las cuatro décadas anteriores. Salvo en Brasil, con Lula, en Bolivia con Evo Morales , Kirchner en Argentina, con Tabaré Vázquez y Mujica en Uruguay, y con Correa en Ecuador, en su primeros años de gobierno pudieron reducir la pobreza y fortalecer el desarrollo económico, pero el avance de la economía por diferentes razones no se sostuvo, y la derecha regresó temporalmente. Pero esta sostuvo sin cambio alguno su propuesta económica neoliberal, la cual había nacido con Pinochet en Chile desde 1975, y la desigualdad aumentó a pesar del crecimiento económico en algunos países como en Perú, Chile y Colombia, incluso en México con Zedillo, Fox y Calderón, y así, la población mayoritaria volteó nuevamente a la izquierda buscando una respuesta a la disminución del ingreso y el desempleo.
Al aumento de la pobreza y la desigualdad económica se sumaron con mayor descaro la corrupción, la violencia y la impunidad en los gobiernos neoliberales, pero también, incluso más gravemente, en varios países con gobiernos de izquierda como en Venezuela y Nicaragua, y más recientemente, en un contexto de crisis mundial de salud y ambiental, e inflación global, en Ecuador, Uruguay, Argentina, Perú y México.
Es decir, si bien algunos gobiernos de izquierda han logrado reducir temporalmente la desigualdad y la pobreza, como los mencionados arriba, otros no lo han hecho, entre ellos México, a pesar de los aumentos salariales y los programas sociales.
Ecuador y Uruguay son dos buenos ejemplos para ver cómo aun sin acusaciones relevantes de corrupción a sus gobiernos izquierdistas, perdieron el poder después de poseerlo tres lustros.
Tabaré Vázquez y José Mujica gobernaron Uruguay entre 2005 y 2020. Impulsaron varios puntos de la izquierda contemporánea como la legalización de la mariguana, el derecho a decidir sobre la interrupción del embarazo, el matrimonio igualitario, mejoras salariales y jubilatorias que redujeron la pobreza y periodos de crecimiento del PIB cercanos al 8 por ciento, pero después de 15 años en el poder se desgastaron fundamentalmente por tres factores, según establecen observadores cercanos a su realidad:
1) La inseguridad que generó el narcotráfico, algo que parecía lejano en Uruguay. Se incrementaron los homicidios en 45.8 por ciento en 2018, en relación al año anterior, y se elevaron las tasas de hurtos, violencia doméstica y violencia de género. 2) Se estancó la economía después de 2010, se encareció todo, especialmente los combustibles, los más caros de América latina. A partir de 2015 el crecimiento fue de 0.5 por ciento cuando había sido hasta de 7.8 por ciento. 3) En los comicios de 2020 no supo reaccionar ante una mejor campaña de la derecha.
En Ecuador, después de 15 años, el “correísmo”, es decir la corriente política creada por Rafael Correa, sucumbió ante la derecha fundamentalmente por razones políticas y no dar respuesta puntual a las demandas de los movimientos sociales, entre los que destacan los movimientos indígenas. Sobre esto dice el analista político ecuatoriano Jacobo García: “Correa es la principal fortaleza del correísmo, porque sin Correa no hay correísmo, pero a la vez es su limitante. “El correísmo nace con Correa y de él depende, no viene de antes, es un proyecto muy personalista y no muy orgánico”.
En gran medida por esto, las otras dos fuerzas de izquierda importantes no votaron por el correísmo. Yaku Pérez y la Confederación de Nacionalidades Indígenas (CONAIE) pidieron a sus electores el voto nulo porque según su dirigente Yaku Pérez: “El correísmo es una tendencia populista que se adorna con un mensaje antiimperialista, pero se arrodilla ante el imperio chino; predica la ecología, pero desangra la Pachamama; dice ser socialista y privatiza puertos, telefónicas, campos petroleros y mineros”. Para Harvas, otro destacado dirigente de izquierda: “El modelo correísta coartó las libertades en el país, cooptó las diferentes instancias de poder y manejó mal los fondos públicos; pero lo más preocupante es cómo nos dividió con un discurso de fractura y de odio durante prácticamente 14 años”.
Como vemos, tanto las derechas como las izquierdas en América Latina han fallado en sostener una propuesta económica que reduzca permanentemente la pobreza, y también han fallado en combatir eficazmente la corrupción y la creciente violencia delictiva.
No obstante, como ahora con Gustavo Petro en Colombia, las mayorías, pobres y discriminadas, confían más consistentemente en las propuestas de las izquierdas.
Si ahora esto es así, ¿cuánto tiempo se prolongará este nuevo ciclo de triunfos electorales de las izquierdas latinoamericanas?