Propios y extraños están convencidos que las candidaturas de Morena a cualquier cargo de elección popular, ya sea a nivel federal, estatal o municipal, son decididas o al menos palomeadas desde Palacio Nacional. Si esto es cierto, el presidencialismo metaconstitucional moreno sería mucho más centralista que el de la época dorada del PRI.
Sin duda que los presidentes priistas escogían a su sucesor para habitar Los Pinos y seleccionaban a los candidatos que ocuparían los gobiernos estatales e, incluso, decidían muchas veces quienes serían los alcaldes de las capitales de los estados. Pero, en el caso de las presidencias municipales de ciudades no capitales generalmente dejaban la decisión en manos de los gobernadores.
Bueno, en Morena, la regla no escrita no parece que sea tan sólida como la de la era priista, aunque el grueso de observadores externos, e incluso de miembros de Morena, están convencidos que es el hijo predilecto de Tabasco quien decide absolutamente todas las candidaturas. No me parece que esa percepción se cumpla en todos los casos. En Morena, como muchas cosas, no está totalmente claro cómo se toman las decisiones en el partido. No se han establecido todavía sólidos patrones de comportamiento partidario a semejanza de lo que sucedía en el PRI. Por ejemplo, el tricolor clásico, digamos hasta antes de su derrota en 2000, mantuvo, prácticamente siempre, una conducta de sólida obediencia a las decisiones emanadas de Los Pinos, ya sea en el gobierno o en el partido, y eso no sucede en Morena. Hubo excepciones tricolores, como la de Juan S. Millán que se le rebeló en 1999 a Ernesto Zedillo en la elección del candidato a la Gubernatura, pero fueron muy pocas esas situaciones en la era del PRI.
Este partido, como todos podemos observar, es una maraña de intereses y contradicciones a pesar de la poderosa presencia de Andrés Manuel López Obrador. Ni en el mismo Gabinete presidencial se observa una sólida disciplina a lo que piensa y decide el caudillo de Palacio Nacional. Los ejemplos sobran, pero el enfrentamiento entre Julio Scherer Ibarra, Gertz Manero y la ex Secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, es uno que sobresale. Y ni se diga el partido, que es un verdadero desgarriate a pesar de o quizá por las imposiciones de Mario Delgado -avaladas por López Obrador- en la selección de candidatos a puestos de elección popular.
En Morena no parece haberse establecido una norma en la relación de sus gobernadores con los presidentes municipales de su timbre. Falta mucho que ver, pero hasta el momento parece que las situaciones varían de estado a estado. Con los morenos no se ve la misma situación que se daba entre los tricolores donde en los estados el jefe político era sin duda alguna el Gobernador. En la actualidad, en Sinaloa y otros estados hay alcaldes que marcan su raya con el Gobernador y hacen su propio juego político. En nuestro caso porque los que gobiernan los principales municipios quieren ser candidato a Senador para luego entonces buscar la Gubernatura.
Estrada Ferreiro, Benítez Torres y Vargas Landeros piensan que no le deben al Gobernador candidaturas ni reelección, sino a López Obrador, los alcaldes culichi y patasalada ven a Rubén Rocha como una especie de intruso en Morena, no lo apuntan como un morenista “original” o “fundador”; y Vargas Landeros ve al doctor Rocha Moya como el competidor que le arrebató la candidatura a Gobernador, algo muy parecido a lo que también piensa “El Químico” Benítez.
Por otra parte, hay marcadas diferencias políticas e ideológicas entre el Gobernador y los alcaldes. Rocha Moya fue por muchos años militante de la izquierda socialista, aunque después haya adoptado el liberalismo social en su acercamiento a los gobiernos priistas, sin haberse inscrito en el partido, mientras que Vargas Landeros y Estrada Ferreiro, con una formación doctrinaria menos definida y más pragmática que la del Gobernador, fueron connotados priistas con Malova y Antonio Toledo Corro. Por otro lado, Benítez Torres, a pesar de su edad, es el novicio entre los mencionados, porque su participación en el ámbito político se inició en la campaña de Armando Galván en 1997 cuando éste ganó una diputación federal aprovechando el envión de Cuauhtémoc Cárdenas. Poco tiempo después se integra al PRD. Ideológicamente el Alcalde mazatleco no ofrece un claro perfil. Lo innegable es que es un religioso amlover.
En este escenario movedizo y confuso Rocha Moya busca demostrar que él no tan solo es el Gobernador sino también el jefe político real de Morena, a semejanza de lo que es AMLO a nivel nacional y; por lo tanto, los alcaldes no le deben subordinación pero sí obediencia o, si ustedes quieren, disciplina política. En este entendido ninguno debería buscar la candidatura al Senado por su propia cuenta como ha sucedido hasta el momento.
Otro caso es el del Secretario de Salud, Héctor Melesio Cuén, quien sin ser de Morena y siendo el líder del PAS, intenta ganar la candidatura de Morena al Senado haciendo su propio juego, ignorando las decisiones del Gobernador y acercándose a miembros de Morena en la Ciudad de México que, quizá, sean de un grupo que no simpatiza con el doctor Rocha. Si no fuese así ¿por qué hacerle el juego al jefe del PAS?
Evidentemente, ninguno de los mencionados es del grupo compacto del Gobernador. Si este va a definir los candidatos a senadores o, por lo menos de acuerdo con Palacio Nacional, como lo dictaría una política más ordenada y funcional -que es lo que quiere el hijo predilecto de Batequitas- ninguno de los alcaldes ni Cuén serían una opción al Senado. ¿Cómo funcionaría un Gobernador con senadores de su propio partido que actuaran y buscaran la Gubernatura por su cuenta?
Sería una incongruencia, un absurdo.