En los últimos días, Mazatlán estuvo en la mirada internacional por la manifestación de los músicos, ante la intención de los empresarios hoteleros -a través del gobierno municipal- de limitar su trabajo en las playas durante esta Semana Santa.
Ambas posturas son justas y entendibles; por una parte, el ruido invasivo a deshoras, por supuesto que genera molestia a buena parte de los turistas y habitantes locales. Y por otra, los músicos locales tienen derecho a desempeñar su trabajo en unas fechas tan importantes para ellos.
Un conflicto aparentemente fácil de resolver, estaba escalando de tono, creo yo, porque a ambas partes se les olvidó la “regla de oro” de la ética: “Ponte siempre en el lugar del otro”. O, dicho de otra forma, “no hagas a los demás, lo que no quieres que te hagan a ti”. Particularmente el portavoz principal de esta campaña “antiruido”, el empresario Ernesto Coppel, no fue muy conciliador en su discurso, sobre todo, tratándose de un tema de tanto interés para la cultura popular local, como lo es la música de banda.
Durante estos días me acordé mucho de un vecino que tuve alguna vez, quien cada fin de semana, y a veces entre semana, tenía la música a todo volumen, incluso hasta el amanecer. No en pocas ocasiones le pedí que le bajara, pues mis pequeñas hijas y yo, teníamos que levantarnos temprano al día siguiente para trabajar e ir a la escuela. La respuesta siempre fue: “Vecino, estoy en mi casa y aquí hago lo que yo quiera”.
Claro que tenía el derecho de divertirse y poner su música, pero ¿las familias de alrededor teníamos que compartir ese gusto? o ¿Teníamos que soportar el ruido a las tres de la madrugada porque las bocinas estaban en su casa? Creo que no. Ahora, si trasladamos este ejemplo a la zona hotelera y hacemos las mismas preguntas, probablemente yo respondería de la misma manera: que no es correcto.
Finalmente, el acuerdo al que se llegó en días recientes me parece justo; que suene la banda todo el día en la playa, y después de cierta hora, quien quiera seguir la fiesta, podrá hacerlo en un espacio destinado para ello.
Ahora bien, si la justificación de silenciar las playas mazatlecas, es porque a los turistas extranjeros les molesta la música de banda aún durante el día, habría que recordar una actitud ética también al turista.
El término de “turismo ético”, es cada vez más discutido, sobre todo en los países altamente desarrollados, y se refiere a la conciencia del impacto por la presencia del propio turista en las comunidades receptoras, sobre todo en tres pilares fundamentales del turismo: el medio ambiente, la economía y la cultura. Sobre este último, los turistas éticos, respetan la autenticidad de la cultura local, y deben ser conscientes de las religiones y costumbres autóctonas, e intentar no ofender, o modificar los hábitos de la gente durante sus viajes.
“Antrificación”
Dejando de lado el tema de las bandas y el turismo, es un hecho que el ruido generalizado en zonas residenciales, es un problema en Mazatlán y está provocando, lo que la socióloga británica Ruth Glass denominó “Gentrificación”. El caso más claro es el del Centro Histórico. Mis colegas y amigos, los profesores Miriam Nava y Sergio Mario Arredondo, han hecho una investigación etnográfica y longitudinal en este espacio urbano por más de una década; realizaron más de sesenta y cinco entrevistas semiestructuradas a habitantes locales y extranjeros de esta zona.
El texto completo se publicará este año en un libro que estamos editando sobre los grandes problemas de Mazatlán, pero entre sus hallazgos, han encontrado que tanto nacionales, como extranjeros, manifiestan una seria molestia por la proliferación de negocios dedicados al ocio nocturno en años recientes.
El 100 por ciento de sus informantes aseguran que su calidad de vida se ha deteriorado, siendo el ruido y la contaminación ambiental elementos fundamentales en ello. Los vecinos se quejan permanentemente con el departamento de policía asignado a la zona, sin embargo, sólo van, les llaman la atención y bajan el volumen momentáneamente, pero como no están facultados para sancionar, pues no pasa nada, y es un fenómeno recurrente. La música suele estar muy por encima de los decibeles aceptados para la salud que, según el estándar permitido es de 55 decibeles en espacios cerrados, llegando hasta 83 decibeles.
En un video difundido por un medio local, una vecina de esta zona, ha declarado que los residentes ya padecen de enfermedades cardiovasculares, depresión, insomnio y cansancio, entre otros padecimientos, todo por la contaminación auditiva.
Es cuanto...
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omar_lizarraga@uas.edu.mx