AMLO y Echeverría en Medio Oriente

    No entiendo la lógica de López Obrador de provocar al Gobierno de Israel cuando le está suplicando que entregue a Tomás Zerón. Comprendo que le importe poco Andrés Roemer; no es su amigo, aunque sí lo es de sus amigos. Pero Zerón ni siquiera ha sido detenido en Israel; no existe tratado de extradición; se supone que Ayotzinapa sí le preocupa a AMLO.

    López Obrador ya nos tiene acostumbrados a sus lugares comunes e indigencia en materia de política exterior. Sus tonterías sobre la neutralidad mexicana ante el ataque de Hamás a civiles israelíes, sobre el supuesto pacifismo mexicano, sobre los trasnochados principios de la Constitución, y sobre la neutralidad de México frente a la agresión terrorista no debiera sorprender a nadie.

    Asimismo, que la Cancillería diga una cosa, bastante sensata aunque no muy contundente, y que su jefe la contradiga al día siguiente, tampoco puede extrañarnos. Ya sucedió con las votaciones de México en el Consejo de Seguridad y la Asamblea General de la ONU, a propósito de la invasión rusa de Ucrania. Después de que De la Fuente condenara la barbaridad de Putin, López Obrador invocaba la Doctrina Miss Universo: estamos a favor de la paz mundial y no tomamos partido.

    Pero tres aspectos de esta nueva metida de pata de política exterior sí son novedosos. En primer lugar, la reacción de Israel no tardó en manifestarse, de manera semejante a las definiciones del gobierno de Ucrania en meses pasados, pero con otro peso. La Embajada israelí expresó su “inconformidad” ante las declaraciones presidenciales, y las “lamentó”. Como bien nos lo recuerda Paco Calderón en Reforma, cuando Echeverría se metió a golpes con Israel en 1975, además de un boicot turístico de la comunidad judía de Estados Unidos, tuvo que mandar a su Canciller a Jerusalén a pedir perdón, para después correrlo.

    Pelearse con Israel es conflictuarse con mucha gente, muy poderosa, aunque supongo que la comunidad judía de México le perdonará ésta a AMLO, como le ha perdonado todo. De cualquier manera, el doble discurso del Gobierno de México (Cancillería por un lado, Presidente por el otro) fue detectado, puesto de relieve y reprobado. Alguien habrá tomado nota en Washington, aunque sólo sean senadores y congresistas judíos.

    En segundo lugar, la absurda postura de AMLO ahora sí tuvo consecuencias políticas. Obliga a Claudia Sheinbaum a mimetizarse nuevamente, pero en cantinflesco. Su definición fue más confusa y vergonzosa que la de su jefe. Pedir el reconocimiento de dos Estados (muy distinta a apoyar la creación de dos estados y su coexistencia), no mencionar a Hamás, no condenar el terrorismo, no invocar el derecho de Israel a defenderse, y “buscar la manera inmediata de pacificar esta región del mundo” es palabrearía pura. Limitarse a frases huecas es hasta más grave para una candidata. Ella sólo habla a nombre propio, y únicamente externa sus convicciones. Dan la impresión de ser contrarias a Israel, y favorables a Hamás. Si en esto, que no representa un asunto mayúsculo para México, no cuenta con el margen de maniobra para diferenciarse de López Obrador ¿qué será cuando se trata de temas de mayor trascendencia?

    Por último, no entiendo la lógica de López Obrador de provocar al Gobierno de Israel cuando le está suplicando que entregue a Tomás Zerón. Comprendo que le importe poco Andrés Roemer; no es su amigo, aunque sí lo es de sus amigos. Pero Zerón ni siquiera ha sido detenido en Israel; no existe tratado de extradición; se supone que Ayotzinapa sí le preocupa a AMLO. En qué cabeza cabe ofender a Israel y al mismo tiempo pedirle favores. Sólo lo explica el hígado. López Obrador y su entourage (incluyendo al antisemita Jeremy Corbyn, expulsado por ello del Partido Laborista inglés) no quieren ser vistos como partidarios de Israel, y menos aún de los inevitables excesos que el IDF cometerá en sus represalias. Son echeverristas, tercermundistas, y bolivarianos de corazón. Fernández Noroña dice lo que ellos piensan.

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    @JorgeGCastaneda

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