¿Cuáles son las premisas de ‘Alto al Fuego’ y de programas similares? Muy sencillo: la violencia en una comunidad específica -imaginemos una muy violenta- es provocada por una proporción muy pequeña de sus habitantes. En la mayoría de los casos los generadores de violencia (llamémoslos así) no representan a más de 0.3 por ciento de la población. ¿Qué significa esto? Que los eventos de violencia pueden preverse si se logra identificar a ese pequeño número de generadores. Es ahí donde hay que enfocarse; es ahí en donde es posible maximizar los efectos de la presencia policial.

    Sigo en la búsqueda -al grado de obsesión- de las razones para la reducción de la violencia en la Ciudad de México en los dos últimos años -un fenómeno tan impresionante como poco estudiado.

    En este mismo espacio he escrito ya sobre la utilidad del sistema de videovigilancia de la ciudad[1], así como acerca del desarrollo de capacidades que han permitido a la policía de la Ciudad de México desarrollar tareas de investigación criminal[2], otrora un anatema en un sistema monopolizado por los ministerios públicos.

    ¿Hay algo más? ¿Hay otras variables que expliquen la reducción de homicidios dolosos en un 58 por ciento en apenas dos años? ¿Cómo fue posible transitar de un promedio de 4.3 asesinatos al día (enero de 2019) a un escenario con un promedio diario de 1.8 homicidios (abril de 2022)? ¿Cómo explicar que la CdMx registre los números bajos de violencia criminal en su historia contemporánea?

    El programa “Alto al fuego” nos da claves para examinar cómo pudieron ocurrir cambios tan dramáticos en poco tiempo. Se trata de un programa anclado a la Subsecretaría de Participación Ciudadana y Prevención del Delito de la policía capitalina. Al mando está Pablo Vázquez Camacho, autoridad que no encaja con la imagen habitual de un policía. Vázquez estudió una Maestría en Política Criminal en la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres y lleva más de una década estudiando el funcionamiento del crimen y la forma de detenerlo. La semana pasada, en la primera tarde lluviosa del año, me contó los pormenores del programa. Al final de la conversación, casi al despedirnos y con la grabadora apagada, Vázquez me dejó entrever el papel del programa en el proceso de reducción de la violencia en la capital del País: “No hemos sido irrelevantes; eso seguro”.

    “Alto al Fuego” es una estrategia de intervención y reducción de violencia grupal (Group Violence Intervention, GVI). Sus raíces no están en la Ciudad de México, sino en Boston, metrópoli estadounidense que, a mediados de la década de los años noventa, sufría una intensa crisis de homicidios. Para atender ese problema, un grupo de criminólogos ejecutó Operation Ceasefire, una serie de estrategias de reducción de violencia homicida que se convertiría en el primer prototipo de GVI. El éxito fue rotundo: en un contexto complicadísimo se logró una reducción del homicidio en hasta un 63 por ciento.[3] A partir de ahí, la metodología GVI ha sido difundida y replicada en varias metrópolis de los Estados Unidos, casi siempre con buenos resultados.

    ¿Cuáles son las premisas de “Alto al Fuego” y de programas similares? Muy sencillo: la violencia en una comunidad específica -imaginemos una muy violenta- es provocada por una proporción muy pequeña de sus habitantes. En la mayoría de los casos los generadores de violencia (llamémoslos así) no representan a más de 0.3 por ciento de la población. ¿Qué significa esto? Que los eventos de violencia pueden preverse si se logra identificar a ese pequeño número de generadores. Es ahí donde hay que enfocarse; es ahí en donde es posible maximizar los efectos de la presencia policial.

    Las consecuencias para la operación de las policías son dramáticas: en lugar de gastar recursos humanos y materiales en emprender acciones de seguridad basadas en una lógica territorial (por ejemplo: cuadra por cuadra, calle por calle), es más sensato enfocarse en entender cómo y cuándo actúan esos pocos generadores de violencia. Así, la premisa central de “Alto al Fuego” no es censal sino estratégica. Tres palabras: focalizar, focalizar, focalizar.

    Gracias al trabajo conjunto entre especialistas de la Universidad de Yale, la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la CdMx comenzó a implementar el programa en 2018. Su puesta en marcha es un buen ejemplo de la colaboración entre academia y gobierno.

    “Alto al fuego” está basado en tres pilares que, a su vez, son objetivos: 1) reducir homicidios y lesiones por arma de fuego y arma blanca; 2) disminuir la reincidencia de personas involucradas en el círculo de la violencia; 3) construir confianza entre policías y ciudadanos.

    El primer objetivo es claro: aunque hay otros problemas de criminalidad, “Alto al fuego” prioriza la reducción de homicidios y lesiones por arma de fuego. El resto de los delitos importa, pero su eliminación o reducción no forman parte del programa.

    El segundo objetivo implica que las espirales de violencia no se resuelven con más arrestos, sino con menos. ¿Suena contradictorio? No lo es. “Alto al fuego” propone la implementación de una serie de iniciativas que buscan evitar la incidencia en conductas violentas de los habitantes en que el programa se aplica. Una de estas medidas es, por ejemplo, la detección en hospitales públicos de personas que han recibido impactos de bala. Siguiendo la evidencia que señala que una persona herida de bala tiende más que cualquier otro grupo demográfico a ser victimizado o a victimizar, se diseñó un programa especial de acompañamiento para este sector. Este tipo de acciones, entre muchas otras, ayuda a evitar la incidencia en conductas violentas de los habitantes en que el programa se focaliza.

    Por último, “Alto al fuego” otorga una importancia central a la construcción de confianza entre policías y ciudadanos. Aquí la premisa es clara: es imposible identificar a los generadores de violencia de una comunidad específica sin colaboración y diálogo constante con sus habitantes.

    “Alto al fuego” es hoy, todavía, un programa piloto. Comenzó a aplicarse en Plateros a mediados del 2021, uno de los focos rojos de la policía capitalina en la delegación Álvaro Obregón con miras a extenderse a otros cuadrantes, presumiblemente con patrones similares: homicidios con armas de fuego derivadas de la confrontación entre grupos reforzado por ciertas características socio geográficas. A finales de febrero de este año, Omar García Harfuch, titular de la SSC, anunció la expansión del programa a otras partes de la ciudad como parte de la estrategia “Ciudad Segura” y de los esfuerzos del gobierno de la ciudad por alejar a las juventudes de la violencia. Es un acierto.

    Aunque los resultados preliminares han mostrado una disminución importante de homicidios, el éxito real de “Alto al fuego” como programa deberá evaluarse debidamente. Falta mucha investigación por delante. Por ahora, parece que la apuesta de Pablo Vázquez está trazada: “No sé en qué medida hemos sido responsables de este éxito. No hemos sido irrelevantes, eso seguro”, me mira con seguridad. Le creo.

    [1] Pérez Ricart, C. (29 de marzo de 2022). “C5 en CdMx y su papel para reducir la violencia”. En SinEmbargo.MX: https://www.sinembargo.mx/29-03-2022/4152137

    [2] Pérez Ricart, C. (24 de mayo de 2022). “La investigación policial: clave del éxito en la CdMx”. En SinEmbargo.MX: https://www.sinembargo.mx/24-05-2022/4188616

    [3] Braga, Anthony; Kennedy, David; Waring, E.J.; Piehl, Anne (2001). “Problem-Oriented Policing, Deterrence, and Youth Violence: An Evaluation of Boston’s Operation Ceasefire”. Journal of Research in Crime and Delinquency. 38 (3): 195–226.