Profesor-Investigador del @CIDE_MX
@perezricart
SinEmbargo.MX
A los animales se les acarrea; a las personas no... Pensar en las movilizaciones populares -de izquierda, de derechas, cualesquiera- en clave de “acarreados” es no entender nada; es eliminar no solo la capacidad de agencia de las personas, sino, más importante, de organización. Esa concepción irradia un tufo de superioridad que, además de ser repulsivo, inhabilita una mirada global de la política. Impide mirar al otro con la mirada bien al frente.
Basta darse una vuelta por las columnas de opinión del lunes para constatar cómo a la comentocracia hegemónica le parece inverosímil que una persona -sobre todo si es pobre- dedique su día (...o dos o tres si viene de otra parte del País) a participar en un evento de un movimiento político que percibe como propio. Es imposible, dicen; deben ser pagados, justifican.
La política, desde su prisma, la puede hacer solo el ciudadano bueno en torno a una entelequia de la que todo mundo habla, pero nadie sabe bien qué es, la famosa sociedad civil. Ahí empieza y acaba la política. Todo lo que está fuera de esa matriz les parece lejano, sospechoso, inferior. La palabra militancia les resuena a un panfleto del Siglo 19, no a un ejercicio político en el que participan millones hoy y ahora.
Si fueron utilizados recursos públicos para la marcha del domingo, es necesario que se investigue y castigue. Se trataría de una abierta ilegalidad. Si se desvió un solo peso o se condicionó el acceso a un programa social a un solo individuo para nutrir los ríos de personas que llenaron el Centro Histórico, no espero menos que su fiscalización. Cierto: la vulnerabilidad de las personas no debe ser explotada para una reivindicación política. Mucho menos desde la izquierda.
Pero una cosa es una cosa y otra cosa es la otra. Quienes hayan estado el domingo en Reforma (y en las decenas de manifestaciones que han constituido el obradorismo desde hace 20 años) lo saben: la gran mayoría de quienes marcharon al lado del Presidente lo hicieron por su propia voluntad. Algunas personas lo hicieron de manera más organizada que otras. Bastaba cruzar un par de palabras con cualquier asistente para saber que las muestras de cariño al Presidente eran genuinas, espontáneas y profundas.
¿Cómo explicar a los cientos de torreonenses que pagaron de su bolsa para viajar 14 horas en autobús a la Ciudad de México?; ¿qué hay de las decenas de bandas de música de Veracruz, Oaxaca y Guerrero que alegraban la marcha?; ¿y de los mariachis o los grupos de danza por doquier?; ¿y de los cientos de familias que salían tomadas de la mano minuto sí y minuto también de las bocas del metro de las estaciones aledañas?; ¿cómo llamar a la señora de Aguascalientes que juntó sus ahorros para llevar a su hijo por primera vez a la capital y vivir ese momento que tuvo a bien calificar de “histórico”?; ¿cómo explicar la felicidad de los miles que marcharon decenas de veces entre 2004 y 2006 -cuando el obradorismo no era gobierno- y que vieron en la marcha del domingo una oportunidad para celebrar el triunfo de su movimiento, para reencontrarse con los suyos?
Tan absurda es la narrativa del acarreado que fueron los mismos militantes quienes la desafiaron con pancartas repletas de alegres rimas; con sonrisas orgullosas, viejos y niños se mofaban de su condición de supuestos acarreados (y patarrajadas -el otro gran tópico de la marcha). La variación de expresiones, colores y formas dan cuenta del genuino esfuerzo de creatividad de cada asistente.
Insisto: no hay que ser un analista contrastado para reconocer que el vínculo que mantiene el Presidente con gran parte de la población es real. Para reconocerlo, sin embargo, hay que estar abiertos a aceptar que algo -algo muy profundo- cambió en la vida pública de nuestro País en 2018. ¿Es ese cambio suficiente para trascender el cambio de gobierno y la figura de López Obrador como Presidente? Eso está por verse. Y por construirse.
A los animales se les acarrea; a la gente no. Ojalá lo entiendan pronto nuestros liberales; les serviría para dejar de mirar a las personas con desprecio... y empezar a ganar elecciones.