Andrés Manuel López Obrador convocó a una marcha a favor de la 4T para restaurar su ego abollado tras la manifestación de los ciudadanos en contra, afirman sus críticos. Pero esta lectura fácil y simplista los lleva a ignorar los movimientos a tres bandas que caracterizan la estrategia del Mandatario. Los adversarios tienen tanta prisa en colgar otra etiqueta peyorativa al pecho presidencial, que corren el riesgo de cegarse, de nuevo, ante una jugada política, como han habido tantas otras, gracias a las cuales Andrés Manuel López Obrador ha barrido a la oposición en el escenario político.
La marcha del próximo domingo tiene varios propósitos y van mucho más allá de un mero asunto de egos. Por un lado, se trata de apuntalar percepciones sobre lo que será la batalla por la Ciudad de México y, por otro, alimentar la noción de que el país está dividido por dos visiones antagónicas, pero no en partes iguales sino muy asimétricas en favor del obradorismo.
Y aquí una precisión importante. Al Presidente le molesta la palabra polarización. Pero no por las razones que uno pensaría. No tiene ningún problema en asumir que la sociedad está frontalmente dividida en dos visiones de país y que ambas se disputan el escenario político y económico. No solo no le molesta, le parece que es necesario evidenciarlo una y otra vez. Lo que le incomoda es que por polarización se entienda que la disputa es entre dos mitades o dos polos equivalentes. De ninguna manera, diría AMLO: se trata de una minoría contra una mayoría, y el tema de las marchas le viene de perlas para demostrarlo. Confundir la medición de tamaños como un pleito de machos, impide entender los resortes que explican y reproducen el fenómeno político llamado obradorismo.
En realidad, lo de las marchas dejó desde hace rato de ser un asunto de una mera reforma electoral, por lo menos para Palacio Nacional y en alguna medida también para los opositores, muchos de los cuales marcharon como una oportunidad para protestar contra cuatro años de gobierno de la 4T. Ni siquiera estoy seguro de que el Presidente haya creído que tenía una oportunidad real de que su iniciativa fuera a ser aprobada. Sabía que conseguir los dos tercios de la votación de la Cámara de Diputados era poco menos que imposible, porque a diferencia de la militarización de la seguridad pública, que los priistas terminaron apoyando, la reforma electoral iba en contra de los intereses puntuales del PRI, de sus dirigencias y de sus legisladores. Pueden entregar su voto a cambio de una negociación atractiva, pero no a costa de su propia supervivencia. La reducción de senadores, diputados, regidores y partidas presupuestales habría dejado a muchos de ellos sin empleo y a su partido sin recursos.
Pero el debate sobre la reforma electoral, incluso si no fuera a pasar, le sirvió al Presidente para denunciar, durante semanas, a los órganos electorales como un instrumento de los conservadores y una expresión más del dispendio irresponsable que caracteriza al antiguo régimen. Este tipo de mensajes son una parte fundamental de la estrategia política diseñada para lo que AMLO llama la revolución de las conciencias y, en plata pura, el combustible que necesita para que su movimiento prospere.
La tesis central es que la correlación de fuerzas resulta muy desfavorable al gobierno del cambio: las élites políticas, económicas, eclesiásticas, intelectuales y los medios de comunicación están en su contra. Es cierto que la habilidad personal del Presidente le ha permitido neutralizar enemigos potenciales como los gobernadores o la super élite empresarial y convertir en compañeros de viaje a los militares. Pero su verdadera fuerza reside en el apoyo popular y, en su momento, en el voto mayoritario. Y para mantener viva esta aprobación y contrarrestar el impacto del bombardeo que busca quebrar ese apoyo, se requiere un recordatorio prácticamente diario. No solo para hacer ver a la mayoría lo que está en juego, y como ha dicho el Presidente, eso a veces exige simplificarlo en términos de blanco y negro, sino también para demostrar que su gobierno está de su lado y en contra de los “victimarios” de las causas populares.
El otro tema de fondo es la batalla por la capital. Si bien AMLO seguirá haciendo el trabajo político necesario para garantizar el triunfo de su movimiento en las presidenciales de 2024, ese arroz parecería estar medio guisado. No así la disputa por la Ciudad de México. Las elecciones intermedias del año pasado, en las que la oposición ganó varias delegaciones de manera sorpresiva, cimbraron algunas de las certidumbres del movimiento. El Distrito Federal fue el bastión histórico de la izquierda en términos electorales y lo ha seguido siendo durante casi 30 años. Pero el oeste de la ciudad, la parte más próspera, le dio la espalda a Morena y mostró que, por vez primera, las clases medias capitalinas habían votado en contra de la izquierda. Recordemos las primeras reacciones del Presidente a esa derrota, sus duros reclamos contra lo que consideraba una traición y sus críticas a las actitudes aspiracioncitas que habían alejado a estos sectores de las causas populares. Más tarde el Presidente matizaría estos comentarios, pero el malestar y la preocupación se han mantenido. La capital es símbolo y patrimonio político histórico para su movimiento, por no hablar de lo que una derrota podría significar para una Claudia Sheinbaum que recién iniciara su presidencia (en caso de que se confirmaran los actuales pronósticos).
La marcha de la oposición quedó muy lejos de ser considerada la muestra de un repudio mayúsculo de la sociedad mexicana en contra de AMLO, como hubieran querido los organizadores. Pero poner más de cien mil personas en las calles de la capital revela que la inconformidad no se reduce a las cúpulas e invoca el riesgo de que algo más grave se esté incubando en la Ciudad de México. Y como la política es un asunto de percepciones, el Presidente estaría urgido de poner las cosas en perspectiva y mostrar que puede movilizar cinco veces más ciudadanos que sus rivales. Movilización y votos no es lo mismo, pero de bulto se parecen, para efectos narrativos.