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"COLUMNA"

"Vértigo: La balada de Buster Scruggs"

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Desde su ópera prima, Simplemente sangre (1984) hasta su más reciente película, la cinta de episodios del oeste La balada de Buster Scruggs (The Ballad of Buster Scruggs, EU, 2018), el consenso crítico ha señalado la obra de los hermanos Joel y Ethan Coen como cruel, desesperanzadora, misántropa y nihilista. O sea, que estos dos hermanos nativos de Minneápolis no tienen corazón. O, si lo tienen, no lo demuestran en el cine.

Sin embargo, como suele suceder con todo consenso crítico, hay excepciones. Así como es cierto que todos los adjetivos anteriores se le pueden colgar al cine kubrickiano –cruel, misántropo, nihilista, desesperanzador-, también es cierto que Kubrick fue capaz de entregar uno de los finales más emotivos y humanistas que yo recuerde: el de Patrulla infernal (1957). Así que si bien es correcto apuntar que los Coen no son los cineastas más optimistas del condado, no está de más señalar que, de vez en cuando, ciertos rasgos humanistas aparecen en su obra, sea a través de la mirada de alguno de sus protagonistas (Marge, la policía embarazada en Fargo/1996), sea en películas enteras que funcionan como refrescantes negritos en el arroz. Me refiero, en concreto, a la desbocada comedia y road-movie Educando a Arizona (1987) y al western de estructura y ejecución clásicas Temple de acero (2010), las dos películas ubicadas en el oeste, aunque la primera sea en época contemporánea.

Los Coen no son ajenos al cine del oeste, geográfica y temáticamente hablando. A las dos películas antes listadas, hay que agregar la ya mencionada ópera prima Simplemente sangre y a la oscareada Sin lugar para los débiles (2007), ubicadas en desolados paisajes tejanos contemporáneos, espacios rudos y agrestes en donde los personajes habitan pequeños pueblos, se hospedan en pinchurrientos moteles y caen asesinados abruptamente con razón o sin ella.

En su décimo-octavo largometraje, estrenado hace unas semanas en Netflix, los Coen revisitan el oeste de nuevo. La balada de Buster Scruggs es, por un lado, una cinta que abreva de temas y motivos clásicos del western y, por el otro, una reafirmación más del consenso crítico sobre el cine (cruel, nihilista, etc.) de estos dos hermanos nacidos en Minneapolis. Pero, también, como no queriendo la cosa, contiene en sí misma la excepción a la regla: cuando menos lo esperamos, los Coen dejan que un rayo de calidez humana brille, aunque sea por unos momentos, en el filme.

Estructurada como una anacrónica dime-novel de episodios, con todo y libro en pantalla (cromos incluidos), La balada… está dividida en seis segmentos de diferente duración, desde los 12 minutos –el más breve, protagonizado por James Franco- hasta los 38 –el más extenso y el mejor de todos, con Zoe Kazan-, todos ellos ubicados en escenarios geográficos y dramáticos típicos del cine del oeste: en el atestado saloon, en un duelo en el centro del pueblo, en un banco asaltado, en un juicio y ejecución expeditos, en la búsqueda del oro en algún riachuelo, en la caravana que se dirige hacia la aventura, en la incómoda diligencia que comparten personajes variopintos.

Los Coen han dirigido, pues, un magnífico muestrario no solo del cine del oeste, sino de su propia filmografía. Es decir, de su visión del mundo: cruel, nihilista, misántropa pero, como queda claro en el episodio final, no sin un dejo de esperanza.

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