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Vivir en libertad es pensar y obrar sin coacción, de forma que se pueda actuar con completa autodeterminación. Se trata de uno de los derechos fundamentales de la persona; sin embargo, en muchas ocasiones se frena, limita o impide su ejercicio con absurdas y sutiles restricciones, excesivo control o autoritarias represiones.
Es clásica la frase que, en el capítulo LVIII de la segunda parte de Don Quijote, Cervantes hace decir al ingenioso hidalgo: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.
No obstante, aunque los déspotas y tiranos ejerzan un férreo control, siempre se las ingeniará el pueblo para comunicarse, como resaltó Slavoj Zizek en su libro Mis chistes, mi filosofía:
“En un viejo chiste de la difunta República Democrática Alemana, un obrero alemán consigue un trabajo en Siberia; sabiendo que todo su correo será leído por los censores, les dice a sus amigos:
“Acordemos un código en clave: si os llega una carta mía escrita en tinta azul normal, lo que cuenta es cierto; si está escrita en rojo, es falso”.
“Al cabo de un mes, a sus amigos les llega la primera carta, escrita con tinta azul: “Aquí todo es maravilloso: las tiendas están llenas, la comida es abundante, los apartamentos son grandes y con buena calefacción, en los cines pasan películas de Occidente y hay muchas chicas guapas dispuestas a tener un romance. Lo único que no se puede conseguir es tinta roja”.
¿Ejerzo plenamente mi libertad?