Editorial
Aunque usted no haya escuchado últimamente la violencia como un tema en los comentarios de noticiarios y publicaciones, la violencia no ha desaparecido, lo único que ha pasado es que la pandemia le ha robado protagonismo.
Desde el momento en que el virus Covid-19 llegó a México el resto de los temas desaparecieron de la conversación pública, de pronto, de un día para otro la violencia que arrasa a nuestro País desapareció de la conversación de los mexicanos.
Sin embargo, sigue ahí, nos lo dicen las estadísticas, los muertos que siguen sembrando las calles y los montes de México; y nos lo revelan las denuncias de los desaparecidos por todo el territorio mexicano.
Es cierto, en Sinaloa han descendido los niveles de algunos delitos, pero tampoco han desaparecido, ni la cultura de la violencia se ha terminado como si una varita mágica hubiera pasado sobre ella.
Tan solo la sindicatura de Tepuche nos recuerda que miles de familias habitan una zona serrana viviendo bajo el sonido de las balas, los operativos del Ejército continúan, las bajas de sinaloenses se siguen contando.
Un operativo en Las Quintas, en el corazón de Culiacán, dejó ocho detenidos, drogas, armas, dinero, mientras en Mazatlán se les prohibió la entrada un coto privado a policías que respondían a una denuncia de personas con armas de fuego.
No, la violencia no ha desaparecido, ni la pandemia la ha debilitado, simplemente hemos decidido hablar de otra cosa, pero todas las causas de los asesinatos, asaltos, desapariciones y robos siguen ahí.
Porque la delincuencia organizada continúa aprovechando la enorme impunidad con la que se investiga y castigan los delitos en Sinaloa y en el resto del País.
La pandemia nos mata, pero la violencia también, y sigue ahí desde hace décadas, cuando el virus todavía no iniciaba su peregrinaje mortal por el planeta.