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Las cosas se están poniendo color de hormiga arriera en el control de la pandemia del Covid-19 y, por supuesto, los que le apuestan al fracaso del esfuerzo del Gobierno federal se le han ido al cuello al Presidente López Obrador y a las autoridades de salud, especialmente al doctor Hugo López Gatell.
Ciertamente, el Presidente de la República no ha sido el mejor de los ejemplos para convencer a la ciudadanía que haga caso de dos de las recomendaciones básicas para aminorar las posibilidades de contagio del Covid-19: sana distancia, uso de cubrebocas en lugares de concentración de personas. En cuanto al lavado de manos, no sé si sea obediente.
En ese sentido, hay una parte de responsabilidad del Peje, pero también una enorme corresponsabilidad de la ciudadanía que le apuesta a la protección divina o que está convencida de que, en México, la vida no vale nada, y por ese camino, tendremos una larguísima cadena de contagios, tal y como en múltiples ocasiones, lo ha manifestado el doctor López Gatell.
Y lo peor de todo esto es que puede llegar el momento en el que los recursos sanitarios para atender a tantos afectados, puede provocar el truene total del sistema de salud, situación que, por cierto, no está muy alejada de la realidad.
Del tema de la pandemia lo que creo que sí podemos reprocharle al Gobierno federal es la falta de claridad en las tan anunciadas adquisiciones de recursos sanitarios, los cuales, por las manifestaciones que hemos visto, no están llegando con oportunidad y suficiencia a todos los centros médicos hospitalarios, agregando que tampoco se habla de retribuciones especiales al personal de salud que lucha denodadamente para salvar al mayor número de enfermos.
Por otro lado, a la par de las cuentas fatales del Covid-19, sigue en crecimiento la numeralia que arroja la indomable ola de violencia que se extiende a lo largo de todo el País y, en este tema, sin duda alguna, la actual administración federal se ha visto incapaz ante el evidente poderío de los grupos delictivos que se disputan el control del territorio nacional a punta de balazos y exterminio de vidas, entre las cuales, las de no pocas de personas que estuvieron en el momento y en lugar equivocado.
Por si de algo les sirve a los encargados de la seguridad pública de todo el País, vale recordarles que a un boxeador poseedor de golpes demoledores solo se le puede vencer con la combinación de fuerza e inteligencia.
Por supuesto, el arrastre de vidas que están provocando el Covid-19 y los azotes de la violencia nos mantienen en zozobra al saber que estamos expuestos a dos fuegos.
En estos últimos días, Guanajuato, Oaxaca, Sonora y Sinaloa han sido escenarios de dolorosas masacres, lo cual, de nueva cuenta, ha puesto en evidencia que la coordinación de fuerzas del Estado es ineficiente e insuficiente y que la Guardia Nacional es un membrete más dentro de las corporaciones que, se supone, deben mantener el imperio de la ley y el orden.
Bajo la actual administración se acumulan más de 53 mil asesinatos de los llamados de alto impacto, número que pone en abierta evidencia el fracaso de López Obrador en el tema de seguridad y argumento más que suficiente para despedir al Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo, y al propio Fiscal General de la República, Alejandro Gertz Manero, cuyas estrategias de lucha y conjugación de esfuerzos con los gobiernos locales no han servido para nada.
Con tantas muertes acumuladas a estas alturas de la gestión de la pretendida 4T, ya no es válido el argumento de que las administraciones anteriores dejaron un cochinero, lo que indudablemente es cierto, pero 18 meses de intervención deberían arrojar, por lo menos, pruebas contundentes de contención de la ola de violencia.
Utilizar la fuerza del Estado para rescatar la tranquilidad social no convierte en represores a los gobernantes, sobre todo cuando los transgresores no hacen caso a las cándidas ofertas de besos y abrazos. ¡Buenos días!