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"Aún quedan seres humanos"

"Uno de esos es hoy el General español Vicente Díaz de Villegas. Parecería un contrasentido afirmar que un militar es un justo, pero precisamente ese es el reto"

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15/02/2009 00:00

    Según una tradición judía, el mundo se sostiene porque existen los justos, que cargan sobre sus espaldas con la gran responsabilidad de justificar ante Dios a la creación, a pesar de la maldad y la injusticia que privan en el mundo.
    Uno de esos es hoy el General español Vicente Díaz de Villegas. Parecería un contrasentido afirmar que un militar es un justo, pero precisamente ese es el reto.
    Porque sin duda es más fácil serlo cuando nuestra preocupación somos nosotros mismos y nuestros seres cercanos, que cuando como éste señor, se ha tenido la responsabilidad de operaciones especiales en algunas de las situaciones más conflictivas que el mundo ha visto en años recientes.
    El dirigió el contingente español en los Balcanes, estuvo en Afganistán, Somalia y Melilla y el año pasado fue nombrado comandante de las Fuerzas de las Naciones Unidas en el Congo, puesto del que sin embargo dimitió en octubre, apenas siete semanas después de que se le encargó.
    Una renuncia de esta naturaleza es algo extraño pues los militares están hechos para obedecer y no cuestionar ordenes. Y sin embargo, este hombre lo hizo y no por "razones personales" como dijo la portavoz de Naciones Unidas, sino por desacuerdos con sus superiores respecto a las estrategias y tácticas para los cascos azules y por la falta de medios para cumplir con su misión.
    Y es que la situación en ese país africano se ha deteriorado a tal grado, por la guerra entre los rebeldes y las tropas gubernamentales, estas últimas apoyadas por la Misión de Naciones Unidas para Congo, que el riesgo para los soldados extranjeros es enorme.
    Ni qué decir de la población civil, que ha visto un rebrote de la violencia que entre 1998 y 2003 cobró la vida de casi 5 millones de personas. Según un activista: "Los civiles son las verdaderas víctimas. La violencia es extrema ahora para mujeres y niños que sufren abusos de todo tipo. Muchos de ellos están muriendo cuando intentan cruzar fronteras y salir de los pueblos. Son el blanco fácil en mitad de un cruce de disparos, la mayoría de las veces en carreteras ocupadas por los que huyen.
    "A la falta de comida, de agua y de productos de primera necesidad, se une el reclutamiento que las tropas rebeldes hacen de niños para su lucha. Los niños son obligados más que nunca a coger las armas".
    En su carta de renuncia, hecha pública más de tres meses después por el diario El país, el militar español escribe: "Tomé conciencia del peculiar estilo de trabajo de la MONUC donde el Comandante de la fuerza carece de autoridad suficiente para mandar su fuerza", pues quienes toman las decisiones no consultaron con él, que era quien las debía ejecutar.
    "Cuando autoridad y responsabilidad están disociadas es mejor dimitir" afirma, pues de otra manera las bajas habrían sido tantas que "habría tenido que vivir con el peso de ellas en mi conciencia".
    Mueve mucho darnos cuenta que esa conciencia está tan viva precisamente en quienes dedican toda su vida a la guerra y que se supone ya estarían más que curtidos frente al dolor y a la muerte.
    Pero afortunadamente no es así. El caso español me recordó al del general canadiense Romeo Dallaire quien estaba a cargo de la misión de Naciones Unidas en Rwanda en los años noventa del siglo pasado y cuando adivinó lo que se venía, pidió que le mandaran armas y personas y le dieran permiso para tratar de detener la masacre, pero no le hicieron caso.
    Entonces decidió no acatar la orden de retirar a sus tropas para tratar de hacer al menos algo, lo cual no logró y la matanza fue brutal.
    El precio personal que pagan estos justos por sus decisiones es muy alto.
    A Dallaire lo escuché hace años en el programa de televisión Hard Talk de la BBC cuando lo conducía Tim Sebastian y era doloroso verlo, diez años después de los acontecimientos, aún atosigado por las imágenes de las atrocidades que él quiso evitar con su desobediencia.
    A Díaz de Villegas lo pasaron a la reserva dando así fin a su brillante carrera, pero como él escribió: "Era mi deber como oficial. No tenía otra elección".

    sarasef@prodigy.net.mx
    Escritora e investigadora en la UNAM