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Usualmente comenzamos el año haciendo una lista de propósitos que, en ocasiones, tienen la efímera vida de los trazos que garabateamos en el papel o que plasmamos con las teclas del ordenador.
Casi todos intercambiamos buenos deseos de que las cosas cambien; pero, se nos olvida que la realidad no muta por arte de magia, por medio de complicadas cábalas, iniciáticos conjuros o atávicos rituales.
El ideal de una real fraternidad no se alcanza con la elaboración de etéreas utopías o refinados sistemas socioeconómicos. La real fraternidad sólo se obtiene -recordó el Papa Francisco- cuando se vuelven los ojos a la celebración de la Navidad, que es la fiesta de la fraternidad universal.
Pero, subrayémoslo, no se trata de una mirada ligera o distraída, sino entregada y apasionada. Una mirada generosa que culmina en comprometida acción.
“En este momento de la historia, marcado por la crisis ecológica y por los graves desequilibrios económicos y sociales, agravados por la pandemia del coronavirus, necesitamos más que nunca la fraternidad. Y Dios nos la ofrece dándonos a su Hijo Jesús: no una fraternidad hecha de bellas palabras, de ideales abstractos, de sentimientos vagos...”, expresó Bergoglio.
Añadió: “Una fraternidad basada en el amor real, capaz de encontrar al otro que es diferente a mí, de compadecerse de su sufrimiento, de acercarse y de cuidarlo, aunque no sea de mi familia, de mi etnia, de mi religión; es diferente a mí, pero es mi hermano, es mi hermana”.
Especificó que en medio de la pandemia hay luces de esperanza, como el desarrollo de las vacunas. Empero, precisó que debe existir cooperación y no competencia: “Vacunas para todos, especialmente para los más vulnerables y necesitados de todas las regiones del planeta”.
¿Estoy comprometido en la construcción de la real fraternidad?