Editorial
El virus que afecta directa o indirectamente a millones de personas en China tiene una peculiaridad, nació en la época de la globalización y las redes sociales, lo que lo ha terminado convirtiendo en una enfermedad monitoreada a través de las pantallas de millones de personas que viven pegadas a sus celulares.
La expansión del virus no solo ha sido supervisada minuto a minuto, a través de las redes sociales, incluso su avance pudo ser advertido antes de tiempo por una aplicación de una empresa canadiense.
Sin embargo, aún y cuando el mundo entero observa cómo se construyen varios hospitales en China, en vivo y a través de las redes, poco o nada hemos podido hacer para evitar la propagación del llamado coronavirus.
Hasta ayer ya iban 137 muertos en China, una cifra que sigue creciendo sin parar, a pesar de los enormes esfuerzos que realiza el gigante asiático, uno de los países mejor preparados para controlar y atender a sus ciudadanos.
Wuhan, la ciudad donde se supone que el virus brincó desde animales vivos a las personas, prácticamente se ha convertido en una zona en cuarentena, desde donde nadie puede salir o entrar sin control de las autoridades.
Fuera de China tampoco se ha podido hacer mucho para evitar la propagación del virus, ya van 16 países que reconocen que el virus ha llegado a su territorio, Alemania fue el último en dar la voz de alerta.
En México no se ha detectado todavía un caso en firme, pero se evalúa a pacientes en diferentes estados, el último fue el Estado de México, donde se atiende a dos personas con síntomas sospechosos.
Lo irónico del caso es que hoy, cuando estamos mejor comunicados que nunca, cuando podemos predecir y actuar casi de forma inmediata a cualquier contigencia, poco o nada podemos hacer ante una amenaza de estas características.
Lo único que nos queda es prepararnos lo mejor posible y actuar de manera responsable ante cualquier sospecha de la llegada del virus.