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"ÉTHOS"

"Un mundo descorazonado"

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    rfonseca@noroeste.com
    @rodolfodiazf

     

    El ser humano cuenta cada día con mayores posibilidades de comunicación, pero continúa añorando auténticos encuentros relacionales que colmen su ansia de comunión.

    Los saludos y emoticones virtuales ayudan a mantener una comunicación elemental, pero no suplen las necesidades vitales de amistad y afecto que anidan en el corazón humano.

    Hay personas que mantienen, incluso, una buena aprobación ciudadana y gozan del respeto de la comunidad. Son individuos exitosos en el plano de las relaciones sociales, pero sienten que su interior está vacío, convulso y fragmentado.

    Benjamín González Buelta, en el prólogo que escribió al libro de José María Fernández Martos, titulado Cuidar el corazón en un mundo descorazonado, señaló: “Nuestro “dentro” se sosiega cuando los espejos de la aprobación ciudadana nos devuelven una imagen exitosa de nuestro “fuera”, de nuestra apariencia… La fragmentación y el vaciamiento del yo provocan la volatilidad, la liquidez impredecible del propio devenir… Llevamos dentro altas dosis de orfandad y de tristeza”.

    Sin embargo, sería injusto pensar que esta anemia relacional tenga su origen en los adelantos tecnológicos. No, los nuevos dispositivos agravan la situación, pero la complicación relacional es más añeja. El problema no está en el progreso ni en los aparatos, sino en cómo se usen.

    Mucho antes de estos dispositivos electrónicos, Gabriel Marcel sostuvo un humanismo trágico, como escribió en su obra de teatro Un mundo roto:

    “El mundo, eso que llamamos mundo, el mundo de los hombres, debió tener corazón en otra época, pero se puede decir que ese corazón ha dejado de latir… cada uno tiene su pequeño rincón, su pequeño problema, sus intereses diminutos. La gente se encuentra, entrechoca, y esto produce un choque de fierros viejos… Pero ya no existe corazón, ya no hay vida, en ninguna parte”.

    ¿Mantengo efectivas relaciones de corazón?