Editorial
La política de seguridad que se tiene en el País no ha funcionado. Ni las que implementaron gobiernos anteriores ni la que pretende aplicar el actual. Los muertos se cuentan por miles y no hay justificación que valga para intentar hacer ver que México va bien.
Durante el Gobierno de Felipe Calderón, cuando repuntaron los homicidios, se apostó por una militarización del País para hacer frente al poder que representaba en ese entonces la delincuencia organizada. Nada funcionó.
Con el Gobierno de Enrique Peña Nieto, se decidió continuar con el mismo mecanismo, en el que las Fuerzas Armadas del País se enfrentaban a los grupos delictivos. Tampoco hubo mejoras en la seguridad nacional.
Con Andrés Manuel López Obrador, el mensaje principal es la de pacificar a México. Pero hasta ahora, a casi un año de que asumiera el cargo, solo parece un principio de buenas intenciones, porque la realidad, la de todos los días, muestra una cara diferente: la de un País más violento.
Sí, aunque dice que el papel de los militares ya no será el mismo que promovieron sus antecesores e impulsa ahora la figura de la Guardia Nacional, conformada por cierto por militares, la realidad es que siguen ocurriendo muertos, masacres, enfrentamientos, violencia pues.
El País no debería estar indiferente a la violencia que a diario acecha. El Gobierno es el primer respondiente de lo que ocurre, pero tal como ha quedado demostrado, sólo no puede. Y debe admitirlo.
Pero también se debe admitir que la contribución de los diferentes actores sociales y políticos de México no ha sido suficiente. Y ni qué decir de la sociedad en general, más pasmada que activa ante la violencia que a todos amenaza.
Sí, urge un nuevo esquema que contribuya a la pacificación del País, con mejores estrategias de seguridad. Y sí, no hay que olvidar, un sistema de justicia más eficiente, que castigue a quien delinque.
Sí, en el arranque del nuevo Gobierno ya van casi 27 mil muertos, junto a los miles más de los gobiernos anteriores. México camina cada vez más hacia un cementerio. Y a nadie le conviene ese camino.