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Hoy se cumple un año de aquel famoso “jueves negro” que se vivió en Culiacán, cuando fracasó el operativo de captura de Ovidio Guzmán, hijo de Joaquín Guzmán Loera, alias “El Chapo”.
Sobre esa fallida detención, que prácticamente terminó en liberación, nunca se aclararon bien las cosas. Muchas declaraciones que se ofrecieron para explicar el hecho fueron inconsistentes, carentes de fundamento o, incluso, contradictorias. Los titulares de seguridad, y el mismo Presidente, titubearon y cantinflearon para ofrecer sus versiones.
Se entiende que era importante salvaguardar a la población y proteger las familias de los militares, pero al planear el operativo se debieron sopesar y calcular con esmerado detenimiento las posibles reacciones y represalias.
La narcocultura no es un pequeño “Nemo” que puede ser pescado con un anzuelo, sino un pulpo que esgrime amenazador sus potentes y ramificados tentáculos. De hecho, puede impregnar todos los aspectos vitales: políticos, castrenses, policiacos, empresariales, artísticos, religiosos, periodísticos, literarios, musicales, estéticos, moda, costumbres.
La fallida operación de ese día constituye uno de los grandes tropiezos del actual gobierno, el cual se ha visto incapaz de imponer orden en seguridad y refrenar la violencia.
Otro gran tropiezo se lo propinó la pandemia, de la cual no podemos responsabilizarlo, pero sí de las acciones y previsiones que se han tomado al respecto. Todavía resuenan las optimistas palabras que pronunció López Obrador el pasado 2 de marzo: “En cuanto a México, siento que no vamos a tener problemas mayores. Ese es mi pronóstico. Los conservadores que quisieran que nos fuera mal van a decir que está mal mi pronóstico, que vamos a tener crisis económica y financiera. Yo digo, no. Está bien nuestra economía”.
Hasta el momento, por sus frutos, la cuarta transformación ha resultado ser una transformación de cuarta.
¿Me transformo radicalmente?