"Torreón y Sinaloa: niños en la crueldad"
¿Qué hicimos para rescatarlos? ¡Nada!
Hace algunas semanas, en noviembre de 2019, la Diputada Angélica Díaz Quiñónez expuso en el Congreso del Estado la realidad que en Sinaloa miramos de reojo hasta que sucesos como los de Torreón, Coahuila, vienen a explicarnos por qué al morir la maestra María, y José, el alumno que la agredió, la que agoniza poco a poquito es la sociedad. Por cada bala, por cada víctima, por cada niño, por cada disimulo individual o general, somos reducidos a neandertales y el sistema social es disminuido a cueva donde coexisten estupideces y seres sin alma.
La Diputada Díaz, que preside la Comisión de Derechos Humanos de la 63 Legislatura local, presentó datos crudos de un artículo denominado “El naufragio de la civilización”, publicado en la edición 11 de 2017 de la Revista Coyuntura Demográfica, el cual establece que en infanticidios, homicidios de niños y adolescentes en edades tempranas, Sinaloa registra la siguiente tasa: cada año mueren 2.2 niños de menos de 1 año de edad; 3 de 1 a 4 años, 2.1 de 5 a 9 años y 3.5 de 10 a 14 años.
En esas fechas Sinaloa entero se conmocionó por el fallecimiento del pequeño Guillermo quien a la edad de seis años fue víctima de golpes al seno de su hogar en Culiacán y después de un prolongado sufrimiento se sumó a las tragedias causadas por la violencia intrafamiliar. A las horas la ciudadanía sinaloense naufragó en la consternación y se sentó a esperar la siguiente pérdida.
En este punto seguimos paralizados. La conversación pública sobre el lacerante caso donde el niño le quita la vida a su maestra, hiere a otro docente y cinco alumnos más, configura el diagnóstico fatal que desde hace bastante tiempo conocemos y que de vez en cuando abordamos con cierto soslayo. Más allá de las víctimas de la pólvora, videojuegos y del morbo de nota roja, la inmolación directa de la familia como célula y la sociedad como cuerpo está a la vista de todos, en espera de que del estupor pasemos a la acción.
Es la hora de dejar de apuntarnos todos a todos con índice de fuego. El instante crucial de entender que la tragedia en torno al pequeño de Torreón es error y asunto de la colectividad. De sentirnos copartícipes, como lo reflexiona el politólogo Jesús Rojas Rivera en una publicación en Facebook que se convirtió en tendencia, por “no haber hecho lo correcto contigo. Culpables por no entenderte y ser parte de una sociedad violenta, corrupta y disimulada”.
“Nadie te escuchó, nadie puso atención, nadie te tendió la mano, te fallaron los tuyos y te fallamos nosotros. Te faltaron amigos y hoy te sobran juzgadores. Los políticos y funcionarios culpan a los videojuegos, a la música o al Youtube. Siempre que pasa algo nadie se hace responsable y todos culpan a todos, eso sucede, pequeño, cuando la cobardía nos gana”, publica Rojas mientras abraza a sus dos retoños.
Entonces no olvidemos lo de José en Chihuahua ni a los niños que en la narcoguerra de Sinaloa han caído con mucha sociedad que los llora, pero muy poca que los rescate. Dejemos salir al sinaloense que durante décadas ha estado escondido detrás de la cobardía colectiva, liberarlo ahora que sabemos que quien no defiende a los niños tendría que pedirles arrestos a las bestias que sí protegen a sus cachorros.
Jamás volvamos a permitir que lo único que alcanza a procesar como respuesta el Gobierno es el dislate de “operativos mochilas” en las escuelas, reacción que es suficiente para levantarnos del pasmo por los sucesos de Torreón y plantarnos en la responsabilidad de padres, hijos o nietos y determinar un hasta aquí a las autoridades y a nosotros. Solo un ejercicio de recriminación profunda a las instituciones y los políticos que las ocupan, con un alto sentido de autocrítica, empezará a dar las respuestas.
Revisemos nuestras mochilas todos, gobierno y sociedad, antes de esculcar la de los alumnos en las escuelas como respuesta necia al suceso de violencia ocurrido en el Colegio Cervantes, de Torreón. En las alforjas personales o comunes hallaremos los manuales de intrepidez de los que un día dejamos de aprender y nos empequeñecimos inclusive hasta cuando está en juego la vida y el futuro de los niños.
¿Cómo es posible que hayamos permitido que la violencia devore a nuestra infancia? ¿Que nos sobre tiempo para conjeturar de las culpas ajenas y no dispongamos del instante en que tengamos que preguntarnos qué hacemos para evitarlo y sucesivamente respondernos que nada? ¿Hemos renunciado, a consecuencia de todos los miedos, a lograr el futuro que soñábamos para ellos? Que vengan, pues, ahora, las inteligentes y solidarias iniciativas para poder tener alguna vez tranquila la conciencia social.
Reverso
Si hemos de llorar, no sé,
Si con el llanto se cura,
Este virus de locura,
Dinos tú, pequeño José.
El oro de Mocorito
En estos días un Mocorito con el color del oro y el aroma de la hospitalidad les dará la bienvenida a los visitantes, mostrando el rostro sonriente y esperanzador de los girasoles, esas enormes flores que se levantan erguidas en el eterno madrigal de la esperanza. Excelente recepción para abrevar en la tierra de Agustina Ramírez, Eustaquio Buelna, Rafael Buelna Tenorio, Arnoldo Martínez Verdugo y Los Tigres del Norte, entre otros. Y también allí, con el dorado abrazo de la Atenas sinaloense, cualquiera conoce el privilegio mágico del chilorio y el jamoncillo, llegando a creer que la vida puede vivirse sin penas.
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