"Tiempos nuevos con miedos viejos. Otro año que nace entre balaceras"
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Es el mismo miedo al de todas las noches de Año Nuevo, sin embargo, las estrategias del Gobierno no pueden ser idénticas a las tibias reacciones con que responde a las balaceras que este nacer de 2020 se tornaron más intimidantes, con mayor capacidad de expandir el mensaje aciago de la delincuencia que llenó de plomo el cielo de Culiacán para que no quede lugar a dudas de que la alternativa de paz fue borrada en los planes inmediatos del crimen organizado. Es el aviso de 366 días que vienen, de guerra continuada.
Tan cerca de los sicarios y lejos de la gobernabilidad, Sinaloa se estremeció tantas veces como balas fueron disparadas al firmamento. No eran meros proyectiles bélicos sino impactos certeros contra la confianza en que predomine el Estado de derecho y la fe a vivir sin la congoja de volver a ser rehenes de gatilleros del narcotráfico. La amenazadora sensación del jueves negro y de todos los días de la semana donde hasta las manecillas del reloj tiemblan.
Fue un efímero sentimiento de alegría por la llegada del tiempo nuevo, derrumbada por la certidumbre de que reinan los temores viejos. El minuto uno cantado por el reloj de los bárbaros nomás con el ánimo de matar primero que nada al optimismo. El rugido salvaje de las armas callando los cánticos de felices augurios en el cierre de la segunda década del tercer milenio. ¿Cómo osan, culichis, ilusionarse con la utopía de la civilidad?
Apenas acabó el conteo de los segundos faltantes para el recién llegado 2020 cuando empezó el recuento de los heridos por balas perdidas, de los casquillos que nos regresó el viento y las malas auras advertidas por los cañones de las pistolas y rifles de asalto. Ya nadie creyó en el parabién del “feliz Año Nuevo” cuando el vómito de fuego recordó quiénes son los que en verdad mandan.
Nada contuvo a los adoradores del gatillo. Ni las centenas de integrantes de la Guardia Nacional que deberían estar cuidándonos a lo largo y ancho de Sinaloa ni el bombardeo de spots y anuncios que invitaban a celebrar pacíficos, sin caer en la tentación de los dedos percutores de pólvora y el consiguiente pánico colectivo. La disentería letal fue, ahora más que nunca, el síntoma de que hemos empeorado.
El contraste de los 188 homicidios dolosos menos en 2019 que los registrados en 2018 plantea la entelequia misma del Año Nuevo. Las víctimas mortales por armas de fuego se reducen, pero las cuentas alegres terminan cuando las estadísticas de desapariciones forzadas registran el aumento alarmante. Ocurre lo mismo con 2020: los votos por un 2020 próspero se transformaron en la zozobra decretada por las balas al aire.
Entonces nadie ni nada está cuidando en realidad a los sinaloenses. Esto quiere decir que después de tres años cumplidos al frente del Gobierno del Estado, Quirino Ordaz está llamado a replantear el sistema de seguridad pública a partir de que el alba del año nuevo refrendó la prevalencia de la zozobra, muy por arriba del ofrecimiento de la paz como obra en construcción o divisa fincada en la militarización de las tareas contra delitos. ¿Existen salidas alternas en la crisis de seguridad una vez que las tropas no han logrado lo que prometieron alcanzar? He ahí la interrogante que requiere de la sinceridad y voluntad de las autoridades federales, estatales y municipales.
Se trata casi de empezar de cero, aceptando que la participación del Ejército está lejos de ser la mejor respuesta en cuestión de seguridad pública. Los más de 30 mil asesinatos en lo que va del sexenio de López Obrador, y aun con la reducción de homicidios dolosos en Sinaloa (1,123 en 2018 y 935 en 2019), el desamparo al cual el Estado somete a los ciudadanos continúa como el principal problema de México.
La impunidad es el flagelo que retornó intimidante a retar al gobierno y acobardar a las familias que en sus burbujas de fe por la tranquilidad no dimensionan el tamaño de la amenaza y ni siquiera entienden el bramido del hampa durante la recepción del Año Nuevo. El Gobierno federal pide tiempo para abatir la violencia, el gobernador Ordaz mantiene su apuesta en la Guardia Nacional y, en medio de ambos, la ciudadanía que el primero de enero volvió a despertar sabiéndose con las armas apuntándole a la sien.
Y así retornamos al punto crítico del que una vez partimos. No es tradición, no es el juego de los gatillos locos. Es la derrota a cuanto esfuerzo realizan las instituciones para que en Sinaloa y México vivamos alguna vez sin la desgracia llenando las noticias de notas rojas, ni la pesadilla de las estrellas tomadas como tiro al blanco, cayendo como primera víctima colateral el lucero de la esperanza.
Reverso
Ni el tiempo muerto se lleva,
El miedo que paraliza;
Al contrario, la era nueva,
Al nacer, la piel eriza.
Catarsis del narcoestado
Reconoce Andrés Manuel López Obrador que “el narcotraficante Joaquín Guzmán Loera tenía el mismo poder que el Presidente de la República”. ¿Tenía? Y ante un tema tan complicado se vuelve a fugar por la tangente al acudir al cantante Chico Che para salir de otra tormenta generada desde el púlpito presidencial. Así persiste AMLO en la purificación de la Cuarta Transformación, a pesar de que a lo largo y ancho del territorio mexicano las organizaciones del crimen proceden a suplir a los gobiernos legítimamente instalados. No es que esté descubriendo el hilo negro de la narcopolítica, Presidente; lo que pasa que ha mencionado la soga en casa del ahorcado.