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@rodolfodiazf
Las palabras del silencio son más sonoras que cualquier estentóreo grito. Podrá discutirse si el silencio tiene palabras, pero lo que no se puede negar es que viene siendo su cuna. En efecto, el silencio es la cuenta que engarza las palabras para que éstas puedan articularse, emitirse de manera adecuada.
Tal vez el silencio no emita palabras ni sonidos, pero al menos deja libertad a los poetas para que puedan atribuírselas, como sugirió Federico García Lorca: “Oye, hijo mío, el silencio”. Incluso, Pablo Neruda, en su poema 15, expresó que el silencio es un excelente vehículo de comunicación: “Déjame que te hable también con tu silencio”.
Para Mario Benedetti, el silencio es una laguna de aguas quietas: “Qué espléndida laguna es el silencio, allá en la orilla una campana espera, pero nadie se anima a hundir un remo en el espejo de las aguas quietas”.
Esta sonoridad del silencio ha sido opacada por un vendaval de ruidos en las sociedades industrializadas. Anteriormente, el ser humano escuchaba y se deleitaba con la polifonía de los sonidos de la naturaleza. Hoy, por desgracia, el ruido se ha vuelto ensordecedor y genera una desproporcionada contaminación acústica.
Algunas personas consideran normal este opacamiento del silencio citadino debido al progreso y desarrollo tecnológico. Empero, hay que reconocer que también se tiene miedo al silencio, como afirmó el psicoterapeuta, sociólogo y teólogo español, Enrique Martínez Lozano:
“Sí, siempre ha habido miedo al silencio porque denota el temor a quedarse a solas con uno mismo. Además, en este momento histórico ese miedo está reforzado porque nos encontramos en un tiempo en el que tenemos más que nunca estímulos (generalmente tecnológicos), compensaciones o huidas. No es fácil que la persona de entrada sienta atracción por el silencio.
¿Acallo la sonoridad del silencio?