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"OPINIÓN"

"Sócrates en la mañanera"

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    pabloayala2070@gmail.com


    A nuestra embajadora en la ONU

     

    Poniéndole un poco de atención al asunto es fácil identificar el enorme abismo que separa las preguntas que planteaba el viejo Sócrates en el Siglo 5 a.C., a las que lanza hoy López Obrador en sus mañaneras y mítines sabatino-dominicales. La comparación surge a raíz de la vía que utilizaron para acercarse a sus respectivos auditorios, no por su papel y relevancia en la historia. El primero fue un filósofo que haciendo uso de preguntas descubría la verdad escondida en los argumentos marrulleros con los que los sofistas trataban de engañar a quienes les escuchaban; el segundo es un político que usando ciertas preguntas pretende construir su verdad a punta de argumentos sofistas.

    Las preguntas de Sócrates formaban parte de un sistema articulado conocido como “mayéutica”, y que el filósofo Christopher Phillips describe en su libro “Sócrates Café. Un soplo fresco de filosofía”, como esa “forma de buscar verdades a través del propio entendimiento [...], un tipo de interrogatorio filosófico que permite a todo el mundo hacer preguntas estratégicas” planteadas desde el sentido común, con un lenguaje común, pero que encarnan “algunas cualidades morales: sinceridad, humildad y coraje”; dichas cualidades previenen la posibilidad, como dice Phillips, de que el diálogo “produzca simplemente conclusiones descabelladas a partir de premisas irresponsables”. Va un ejemplo de pregunta socrática, o mayéutica como dirían los filósofos, para dejar más clara la idea.

    Imagine a Sócrates en un mercado o plaza pública tratando de responder la siguiente pregunta: “¿Cómo podemos vencer la alienación?”. El primer paso que Sócrates daría es poner en tela de juicio la premisa contestando con otra pregunta: “Es la alienación algo que siempre deseamos vencer?”; y a partir de ahí se desprendería una serie de preguntas sobre qué es la alienación, qué significa vencerla, por qué tendríamos que desear vencerla, es un deber o un deseo, etcétera.

    Por el contrario, las preguntas que el Presidente lanza en sus mañaneras, o en los mítines de los sábados o domingos, al carecer de un sistema, al ser espontáneas, emotivas más que racionales, regularmente parten de premisas que, si no imposibles, son muy difíciles de demostrar.

    Imagine que Sócrates acudiera a una de las mañaneras presidenciales, y escuchara una de esas preguntas que lanza López Obrador cuando trata de abrir un nuevo tema: ¿Ya se dieron cuenta que con la 4T se acabó la corrupción? De inmediato Sócrates saltaría de su silla y, si le llegaran a dar la palabra, seguramente preguntaría: “¿Deseo es sinónimo de acabar? ¿Qué corrupción es la que se acabó? ¿Qué tipo de corrupción es la que se puede acabar? ¿Es posible acabar con la corrupción?” Y así sucesivamente hasta lograr que la verdad saliera a relucir mediante hechos que pudieran demostrarse a través de argumentos razonables, sin disparates, sin marrullería.

    Como podríamos imaginar, el Presidente lo interrumpiría con una aseveración rápida y taxativa: “Pues sí, la 4T ya acabó con la corrupción porque hemos barrido las escaleras de arriba hacia abajo”; seguramente, antes de que este continuara, Sócrates preguntaría: “¿Y si se barren de lado a lado o de abajo hacia arriba, no es posible acabar con la corrupción? ¿Sólo barriendo se acaba con la corrupción? ¿No podría acabarse con ella trapeando, sacudiendo o desinfectando? De nuevo señor Presidente, diría Sócrates, ¿Qué significa acabar con la corrupción? ¿Con cuántos tipos de corrupción acabó la 4T? ¿Dónde podemos constatar que la 4T acabó con la corrupción?”.

    El método socrático, como refiere Phillips, “obliga a las personas a enfrentarse a su propio dogmatismo. [...] El método creado por Sócrates requiere que se enfrenten -honesta y abiertamente, racional e imaginativamente- a cada dogma formulando preguntas como: ¿qué significa esto? ¿Qué respalda, a qué se opone? ¿Hay otras formas de considerarlo que sean más plausibles y defendibles? En ciertos momentos del diálogo socrático la ‘obligación que entraña esta confrontación -la insistencia en que cada participante articule cuidadosamente su propia perspectiva filosófica- llega a ser molesta’. Pero es algo positivo. Si un diálogo no toca ninguna fibra sensible, si no molesta, si no plantea un desafío, si no desconcierta mental y espiritualmente, si no es estimulante, no es un diálogo socrático”.

    Y justamente en esto último es donde queda perfectamente clara la diferencia entre el viejo Sócrates y el Presidente. El ateniense hacía preguntas para generar nuevas preguntas, nunca para eludirlas, y mucho menos para frenarlas cuando estas salían al paso.

    Por ello resulta tan chocante como extraño que el Presidente se moleste tanto cuando la gente lo cuestiona, cuando le piden esas evidencias que darían por ciertos muchos de sus dichos. El método socrático acepta y promueve cualquier tipo de pregunta; las mañaneras, cuando no las inhiben, las eluden mediante respuestas engañosas como en su tiempo lo hacían los sofistas.

    Cuando las preguntas son lanzadas desde el estrado, más que un propósito moral reformador, buscan reafirmar premisas levantadas sobre arenas movedizas. Por eso al Presidente no le agrada que se le cuestione, porque se pone en evidencia. Su método no es el del “elenkhos” (argumento o prueba como lo entendieron los griegos), sino el del dogma, un acto de fe, un sistema donde a la persona debe creérsele porque es ella quien lleva la palabra, y nada más.

    Dado que las diferencias entre el método socrático y el de las mañaneras, creo, han quedado suficientemente claras, desde lo propuesto por Christopher Phillips en su “Sócrates Café”, sugiero abrazar y capitalizar las preguntas que se planteen durante las mañaneras (especialmente las que hacen “los adversarios”), teniendo en cuenta los siguientes aspectos: 1) Escuchar de manera activa y comprometida; 2) asegurar que el diálogo sea eso, un diálogo y no un monólogo o un canal de ida y vuelta entre “adversarios”; 3) asegurar que todos tengan oportunidad de hablar; 4) ser muy receptivo a las preguntas y respuestas inesperadas y poco comunes; 5) no menospreciar a ninguno de los participantes, ni hacerlos sentir incómodos; 6) no llevar la discusión a una conclusión artificial, ni mucho menos impuesta; 7) no preocuparse por el número de personas que están a favor de quien dirige la reunión.

    Los puntos señalados no agotan las propuestas que pueden ofrecerse para resignificar el sentido, legitimidad y valor de las mañaneras. Digamos que son un trapito que acompañaría a un remedio genial: hacer que la sabiduría y honestidad de Sócrates resuene en las mañaneras a través de preguntas inteligentes, dirigidas a desvelar una verdad que sea posible ahí mismo demostrar.

    Una última cuestión: el día de mañana, pienso, cualquier mujer que se sienta solidaria con la mujer, tiene un único deber: reivindicar a su manera el movimiento.