El 21 de mayo de 2012, asistí a la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco a escuchar el mensaje del entonces candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, que por segunda vez buscaba alcanzar la Presidencia de la República. Se trataba de un encuentro nacional con jóvenes estudiantes de todas las universidades, públicas y privadas.
El mitin ha sido uno de los actos políticos más emotivos que he vivido. De manera especial, cito un fragmento del discurso de Paco Ignacio Taibo II, que dijo: “Ustedes eran una generación condenada. El sistema había decidido que ustedes eran un montón de parásitos condenados a tener estudios a medias, trabajos a medias y el mejor destino era empujar un pinche carrito del supermercado, el consumo chafa, el estar pegados a una televisión que habla y a la que no le podemos contestar, nada más que así, con la voz de los ciudadanos”. Lo que generó proclamas de apoyo al candidato y de rechazo a personajes y poderes fácticos dañinos para la democracia. Gritamos fuerte: “¡Fuera Televisa! ¡Fuera Televisa! ¡Fuera Televisa!” Para nosotros estaba claro que la poderosa televisora tenía en ese momento secuestrada la información, que es un derecho, y la comunicación, que es un bien público, al ocultar datos que perjudicaban al candidato del PRI, Enrique Peña Nieto. Lo sabemos porque justo en esas fechas, el uso de las redes sociales con fines políticos cobró un papel preponderante debido a la transparencia y velocidad con que, por esos medios, fluye la información sin editar, mostrando a un candidato muy distinto al que proyectaba la televisión.
Desde entonces, somos una sociedad que interactúa creciente, intensa y digitalmente con sus políticos. Y no sólo debatimos las plataformas de los partidos, los proyectos de gobierno, la posición del gobernante frente a un tema determinado, también cuestionamos la mueca, la palabra mal utilizada, un lapsus, el botón desabrochado, el color de la corbata, la barba crecida, incluso eventos o acciones pasadas. La red no permite el olvido y cobra alto los desatinos. Somos una sociedad en línea, conectada. Las encuestas más recientes señalan que en México hay 74.3 millones de usuarios de Internet (INEGI ENDUTIH, 2018) que en promedio navegan en la red diariamente 8 horas (Hootsute, 2019) y en redes sociales 190 minutos (GlobalWebIndex, 2019), cifras que seguramente han variado durante el confinamiento por la pandemia del coronavirus Covid-19.
En estas circunstancias, el proceso de comunicación política actual lo determinan en gran medida las redes de comunicación que en tiempo real generan debates que se vuelven tendencias, configurando así la opinión pública. Esta realidad es revolucionaria porque no cesa y obliga a la clase política a vivir prácticamente conectada y a fijar postura casi de todos los temas de interés público. Y hay más: la conversación requiere del político, capacidad de síntesis para comunicar y una fuerte dosis de claridad. Se dice fácil pero la globalización y el uso masivo de las tecnologías, incorpora todos los días ideas nuevas, palabras, conceptos y elementos de comunicación gráfica y audiovisual, diseñados, incluso, por el ciudadano común.
En los últimos meses la conversación pública, naturalmente, ha girado en torno al Covid-19. El análisis de las interacciones digitales evidencia miedo, incertidumbre en el corto plazo, esperanza por un futuro distinto y rechazo popular al golpeteo político dirigido a las autoridades sanitarias, y en ese sentido, confianza hacia el gobierno federal por la manera en que está sobrellevando la tragedia que supone el nuevo coronavirus. Pero también muestra a una sociedad que exige duramente a sus políticos, solidaridad, coordinación de esfuerzos y mayores resultados.
Queda claro que la comunicación política por eficiente que sea, no sustituye la acción de gobierno, pero su análisis, contribuye a articular las decisiones que el político habrá de tomar.
ramirezleond@hotmail.com