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No hay sorpresa. La epidemia en México nunca estuvo controlada, nunca bajó, ni se “domó”. En las semanas que vienen, se anuncia ya, se dará una agudización de la epidemia. Esto es así porque la estrategia del Gobierno ha sido la mitigación, no la contención.
Cualquiera que entienda mínimamente cómo se comporta el Sars-Cov-2 sabía y sabe que si no se contiene al virus a través de cierre de fronteras, aplicación de pruebas y seguimiento de cadena de contactos para cortarlos, con el dato mayor de que una parte de los enfermos son asintomáticos, es imposible que la epidemia ceda.
A diferencia de los países asiáticos, que hacen pruebas masivamente, lograron contener la epidemia, lo que el Gobierno mexicano ha hecho es administrar los contagios y las muertes, habilitando camas de hospitales. Los mexicanos, pues, siguen y seguirán contagiándose y muriendo. Cientos de personas mueren diariamente mientras la estrategia persiste, el político epidemiólogo no rectifica. Esto se agrava, además, por la catastrófica comunicación del Gobierno que ha generado en la sociedad la impresión de que el peligro ya pasó.
Las reaperturas totalmente irresponsables, como las de la Ciudad de México, comunican más eficientemente que cualquier llamado de atención de las autoridades, el mensaje contrario. Si todo se reabre, no importa que la gente sepa que estamos en semáforo naranja, recibe exactamente el mensaje equivocado: la epidemia se ha domado, como lo declaró Sheinbaum hace unas semanas, mintiendo.
La desgracia se agrava a grados ridículos cuando el Subsecretario López-Gatell comunica la llana falsedad de que el desarrollo trágico de la epidemia en México era inevitable para justificar su incapacidad personal y la del Gobierno de López Obrador. Es, y ya se ha dicho, una deshonestidad decir que no había otra manera de enfrentar al coronavirus. Pero en este Gobierno pueden repetir mentiras, una y otra vez, impunemente. Pueden ocultar datos, tergiversarlos, sin que pase absolutamente nada. No importa que China haya hecho millones de pruebas para localizar contagios, ni que muchos países tengan muy pocos muertos. Igualmente, cada noche, sale López-Gatell a decir mentiras y a atacar a sus críticos.
Y es que el ejemplo del Presidente ha calado hondo en los funcionarios de su Gobierno, que creen que es su función salir a atacar a la prensa. En el caso de López Gatell es más grotesco porque vuelve evidente que el Subsecretario es un político, no un científico y que usa los recursos del Gobierno para defender sus equivocadas y trágicas decisiones, con total cinismo. Aún hoy es capaz de repetir en la conferencia de prensa que la influenza es una enfermedad análoga al Covid-19 en su presentación clínica o negar la experiencia de los países asiáticos y no pasa nada. Sistemáticamente usa la conferencia para asentar mentiras insuflado de grandilocuencia y contestar “a los medios”.
Y es que López-Gatell está convencido que utilizar la jerga médica es suficiente para rebatir datos y argumentos como si los mexicanos todos fuesen idiotas e ignorantes, incapaces de entender lo que dice. Es un fenómeno que bien podríamos definir como gaslighting institucional, con un pequeño coro de aplaudidores que repetirán sus mentiras.
Mientras tanto, la gente comienza a reunirse ya en pequeños o grandes reuniones sin cuidarse. La reunión familiar, la boda, la comida sin tomar precauciones. Esto quiere decir que a pesar de que hay ya mucha evidencia de que la principal vía de transmisión del coronavirus es aérea, la gente no lo entiende. Cree, por ejemplo, que puede reunirse sin cubrebocas en comidas o en espacios cerrados, sin que esto la ponga en riesgo, cree también que el fenómeno de los asintomáticos es una fantasmagoría. Sencillamente no lo concibe “no hay nadie enfermo”, repiten.
Así pues llega la temporada de la influenza y el frío, también las fiestas. Este fenómeno, no se necesita ser un genio para predecirlo, elevará el número de contagios en las familias y en los grupos sociales como está sucediendo en otros países. Pero no hay autoridad que alerte sobre ello con el énfasis que requeriría, como no la hubo durante meses para exigir el uso generalizado del cubrebocas, o la atención temprana de los enfermos, a los que se mandó a morir a su casa. Hemos pagado, con vidas, la soberbia e incompetencia de un funcionario y la de un Presidente insensible a la gran tragedia que nos ocurre y que según sus propias cifras y sin contar el subregistro, se acerca ya a los 100 mil muertos.
El tsunami que se avecina en Europa debería de ser suficiente, no para alertar a México, sino para cambiar la estrategia que probó ya ser totalmente inadecuada.
Es un poco ocioso preguntarlo en voz alta pero, ¿cuántos casos se seguirán importando por nuestras fronteras abiertas?, ¿cuántos casos más se seguirán sumando de todos los países a nuestro estado de infección?, ¿la gente entenderá que sin control fronterizo no hay manera de contener la epidemia y que el Gobierno de México prefirió, antes que contenerla, dejar morir a sus ciudadanos?
Como con el resto del Gobierno, hacer preguntas ya no parece necesario, aunque sean obvias y urgentes. El Gobierno está sumergido en su propia narrativa compensatoria, en una campaña sistemática de desacreditación de la crítica. Están convencidos de que el enemigo a vencer son los medios, la Oposición, los conservadores, y no la enfermedad que deja sin aliento a los mexicanos, entre ellos los más pobres y vulnerables. Trágicamente, se seguirán contagiando y muriendo, en un fracaso que supera, con mucho, la jerga soberbia de aquellos que se dicen doctos pero son, esencial y profundamente, legos en el arte de proteger la vida.