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Apenas estamos en la conclusión del primer trimestre del presente año y los presupuestos y objetivos planteados por todos nosotros se han ido al carajo, por una circunstancia que ni por asomo, estuvo dentro del radar de los más fatalistas: un bicho apodado Covid-19 que ha venido a poner patas para arriba a la vida social y económica del mundo.
Y como consecuencia de ello, existe la amenaza real de un quiebre económico y financiero que significará la pérdida de patrimonios empresariales y el cese de miles de puestos de trabajo. Es de tal magnitud el daño esperado, que los perjuicios que nos han provocado los errores gubernamentales, quedarán al nivel de simples rasguños de cachorro gatuno.
Y mientras tanto, la grave situación que se vive, no ha sido argumento poderoso para que las fuerzas decisorias de nuestro país se sienten en una mesa de diálogo para establecer un acuerdo nacional que nos permita aligerar los daños que se esperan.
Por ahora, da la impresión de que están trabados en un encuentro de sordos, cada quién viendo hacia sus intereses, cual si se tratara de sectores que ocupan territorios diferentes, tratando de hundirse los unos a los otros, a sabiendas de que si cae uno, se van al carajo todos. De ese tamaño es el egoísmo y la ceguera de los bandos en contienda.
Me refiero a los poderes de la Unión, específicamente el Ejecutivo y el Legislativo, cuya voz de mando es la del Presidente de la República; a los que representan al liderazgo empresarial de la Nación y a la clase política adversaria del gobierno en el poder.
De entrada y por jerarquía representativa, hoy más que nunca el Presidente López Obrador debería asumir su papel de convocante a un gran acuerdo nacional, recordando que todos, absolutamente todos, entran en el concepto de gobernados. No es momento de alentar la división ni de pasar el cobro de facturas al sector empresarial, y mucho menos, echar por la borda proyectos de gran alcance de la iniciativa privada.
Es el tiempo exacto para que el Presidente escuche a todos, digo, si es que realmente está preocupado y ocupado en resolver de fondo los problemas del país y para salir de la presente se requiere de todos. Chairos, fifís y conservadores.
Y si al Presidente le toca asumir el papel del gran conciliador, a los liderazgos nacionales del capital también les es obligado dejar de lado, aunque sea de momento, los distanciamientos que tienen con el gobierno, bajo la realidad indiscutible de que un trueno del país también vendrá a mermarles su enorme patrimonio.
Si quieren continuar amasando riqueza, saben que requieren de estabilidad y de una pronta recuperación de los bolsillos familiares ¿lo entenderán o continuarán viendo la situación presente como el momento oportuno para destituir al Presidente? Por favor señores, ocupamos cabezas frías y vísceras libres de flatulencias.
Dicen los teóricos que la praxis política tiene como fin la construcción del bien común. Bueno, eso será en los libros, porque en nuestro país, los políticos la han utilizado para dar vida a verdaderas bandas de facinerosos que procuran la conquista del poder para beneficio grupal. Entienden la política como una contienda en la que no caben el acuerdo, el diálogo entre sus pares, la reconciliación para la construcción de políticas públicas que redunden en el bienestar general. Es un egoísmo total.
Y así lo estamos viendo en esta triste situación que por ahora vivimos. No dejan de alentar información que alimenta el caos, apostándole a que el número de muertos y contagiados por el virulento Covid-19 se dispare para sepultar a la actual administración, sin importarles que sus acciones incrementen el desasosiego social.
¿Será capaz la clase política, de por lo menos, momentáneamente, hacer a un lado sus apetitos de poder para entrarle a una unidad que propicie los factores necesarios para volver a poner en marcha la maquinaria nacional?
Señores, dejémonos de jugar el papel de cangrejos metidos en una cubeta, que la situación está que arde y con clara tendencia a empeorar; usted tiene la palabra, señor Presidente. ¡Buenos días!