Y el imparable caminar del tiempo ya nos tiene en los últimos días de un año que le ha dado un inesperado vuelco a nuestras vidas, con la aparición de un virus que ha puesto en jaque a la ciencia médica, a la economía y como consecuencia de todo ello, ha enlutado a miles de hogares y contagiado a millones de personas alrededor del mundo. También ha llevado a la quiebra a innumerables negocios, dejando sin trabajo a una significativa cantidad de personas, y tal y como sucede en los países de mayor desigualdad social, como el caso del nuestro, también se ha incrementado la pobreza.
Bajo ese clima nada alentador, Andrés Manuel López Obrador, padre, hijo y espíritu santo del presente sistema gubernamental, ha concluido sus dos primeros años de gobierno, muy complicados, por el problema sanitario y sus efectos, así como por su estilo de gobernanza beligerante.
Por tal motivo, siguiendo a pie juntillas el guión de sus antecesores, ha dirigido un mensaje a la nación, marcado con un acento triunfalista, presumiendo situaciones de bienestar que no corresponden a la realidad que vive la población ¡pero qué necesidad! diría el clásico.
Sin lugar a dudas, la gestión del Presidente de la República ha tenido aciertos, especialmente en el tema de favorecer a los olvidados del sistema, es decir, a los marginados y a los trabajadores del segmento laboral operativo menos calificado, dándole un significativo jalón al salario mínimo general, el que, por años, se había venido incrementando con porcentajes iguales al índice inflacionario con el consecuente impacto en la capacidad de compra de los trabajadores y también, en la acumulación de sus prestaciones laborales, como lo son las cotizaciones de retiro, vivienda y demás, entre otras.
Aunque con sus asegunes, el líder del proyecto de la llamada Cuarta Transformación, también puede presumir de los apoyos económicos que de forma directa se le hacen llegar a los estudiantes; a los que se inician en la vida laboral; a los adultos mayores de 68 años en adelante, entre otros. El problema es que no hay bases para su medición real, solo la convicción de que, por ejemplo, en el caso de un pensionado con cuatro mil pesos mensuales de ingreso, el recibir un extra bimestral de 2,620 pesos, le representa un enorme alivio para su bolsillo.
Por supuesto, también vale destacar las acciones anticorrupción que han puesto en el exhibidor a los que presuntamente han saqueado el erario, aunque hasta ahora, sin sentencias condenatorias firmes para los llamados peces gordos de este lodazal y ni que decir de meter en cintura, con resultados concretos, a los grandes evasores fiscales, quienes, descobijados de la complicidad gubernamental a la que estaban acostumbrados, se han visto obligados a pagar sus adeudos multimillonarios.
En esos temas, sin lugar a duda, el tabasqueño puede lucir estrellitas en su frente o en el pecho, dada su querencia por la milicia.
Hay también otros distintivos más que tiene El Peje en su haber, aciertos todos que se ven opacados, por su terquedad de mantener y alentar la división social; por condenar de manera pareja al sector empresarial al que, a pesar de los efectos económicos de la pandemia, le sigue negando apoyos fiscales, soslayando el hecho de que, si truena el sector productivo, no hay ingresos suficientes para la Nación.
Por supuesto, también se le reprocha su fallida estrategia para apaciguar al país y no acabar de tajo con el dominio de los territorios que están bajo el control de la delincuencia organizada.
Pero la volada presidencial que merece un tache mayúsculo, es la afirmación contundente del titular Ejecutivo en el sentido de que el sector de salud pública va en camino de conseguir los niveles de calidad, suficiencia y eficiencia que ofrecen los sistemas de salud de países como Dinamarca, Canadá y otros.
Se vale ponerles crema a los tacos, pero nuestro Presidente, cae en el exceso y al igual que sus antecesores, piensa que los todos receptores de sus mensajes, somos de corto entender. ¡Buenos días!