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@rodolfodiazf
En México, como en muchos países de Latinoamérica, es común que cuando alguien tiene muy mala suerte, se le señale como “salado”. En España se le dice a alguien gracioso; en Uruguay se usa para referirse a algo increíble o difícil de conseguir y en Argentina se destina a un bien o servicio con un valor excesivo.
Independientemente del significado que se le dé, lo que queda claro es que la sal es un elemento invaluable e imprescindible. Ricardo Soca, en su libro La fascinante historia de las palabras, señaló:
“La sal desempeñó un papel muy importante en la economía de las sociedades de la Antigüedad clásica, no sólo por su valor de uso (condimento, fabricación de tintes y jabones y, sobre todo, como conservante de carnes y pescados), sino también como medida de valor y como medio de cambio, al punto de que en algunas sociedades se usó como referencia para la paga de los soldados (en aquellos tiempos, cuando no existía la gran industria actual, era la única remuneración que se pagaba de manera uniforme a un gran número de personas). En la Roma de los césares, del latín sal ‘sal’ se derivó el adjetivo salarius, que significaba ‘de la sal, perteneciente a la sal’, y de éste se formó el sustantivo salarium ‘ración de sal’, ‘salario’, con el cual se designaba el sueldo de los soldados”.
Además de servir de salario, se utilizaba también para preservar a los alimentos de la descomposición y corrupción. Por otra parte, otra esencial función que cumple es la de brindar sabor a los alimentos. De ahí que Jesús llame a sus discípulos a ser luz del mundo y sal de la tierra (Mc 5,13-16), para disipar las tinieblas y preservar de la corrupción.
¿Salo el mundo?