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@rodolfodiazf
Se presume que la crisis sanitaria repercutirá gravemente en lo social y económico. Es prematuro todavía afirmar cuánto influirá, los cálculos y pronósticos varían, pero se percibe que sus efectos serán impactantes y duraderos.
Sin embargo, no es momento de enlutar nuestros rostros y crispar las manos. No debemos transformarnos en agoreros de calamidades y desdichas. Las crisis logran la purificación y decantación de aquello que nos encadena y obstruye nuestra superación y desarrollo. Esta catarsis debe proporcionarnos el impulso necesario para convertirnos en mejores personas.
Francesc Torralba, en su libro “Vivir en lo esencial: Ideas y preguntas después de la pandemia”, señaló que las crisis son oportunidades que nos permiten auditar y valorar el derrotero de nuestra vida:
“Las crisis son ocasiones, oportunidades de primer orden para auditar nuestras formas de vida, explorar las causas que la activaron y abordar el presente y el futuro desde una nueva mentalidad”.
La oportunidad, abundó, se expresa en muchos valores redescubiertos: “La crisis nos ha permitido redescubrir valores como el cuidado, la escucha, la gratitud, la humildad, la solidaridad, la paciencia, la perseverancia frente al mal, la cooperación intergeneracional, la generosidad y la entrega, valores que extrañamente ocupan un lugar relevante en nuestra sociedad”.
Las repercusiones de la crisis, añadió, se perciben en innumerables cambios y transformaciones en el ritmo sustancial de nuestra vida: “Como consecuencia de la crisis, todo se ha visto alterado. El imperativo de la distancia social nos ha obligado a cultivar nuevas formas de proximidad. La velocidad habitual se ha visto interrumpida. Hemos tenido que desacelerarnos. Nuestra relación con el tiempo y el espacio ha mutado sustancialmente. El silencio ha irrumpido en las calles. Hemos hecho borrón y cuenta nueva y debemos plantearnos nuevos propósitos de vida”.
¿Repaso y repienso detenidamente mi vida?