Roberto Blancarte
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Hay una línea muy tenue entre, por un lado, defender los derechos de los indígenas, a partir de una visión descolonizadora de la política y, por el otro, generar una política racista que divida al mundo entre ellos y nosotros, a partir precisamente de criterios raciales.
Otorgar en México una pensión mayor a alguien por motivos raciales, abre la puerta al racismo y a una división social y política basada en el revanchismo. Es, por supuesto, anticonstitucional. Pero más allá de eso, el gran peligro es la radicalización y la polarización de las posturas que eventualmente culmine en la aceleración de conflictos o en una gran guerra racial, como la que algunos querrían en Bolivia.
Es por lo demás, lo que evitó Nelson Mandela en Sudáfrica, donde la división entre negros y blancos o gente de color (si incluimos a los pobladores provenientes de la India, como lo fue Gandhi en su momento) y blancos, era más evidente. Pero Mandela evitó precisamente un natural espíritu de revanchismo y forzó a su dirigencia a aceptar una nueva forma de integración, más igualitaria ciertamente, pero sobre todo no basada en la diferenciación racial.
Racializar la política es una manera extrema de polarizar a la población. Pero es un recurso que muchos políticos están tentados a utilizar; desde los que quieren expulsar a los migrantes en Estados Unidos o en Europa, porque tienen una piel, una religión y una cultura distinta, hasta los que dividen al mundo en pueblos originarios y pueblos invasores.
Funciona desde muchos lados. Evo Morales, por ejemplo, no acepta su responsabilidad en la crítica situación socio-política actual de Bolivia, porque refiere atribuir al racismo y al clasismo de los blancos la inestabilidad y el encono social despertado, después de las recientes y cuestionadas elecciones en su país.
Y los sectores más conservadores de Bolivia parecen querer darle la razón, con una especie de revanchismo blanco y cristiano, que poco ayuda a la pacificación de los ánimos.
Pero Evo y sus seguidores no deberían olvidar cuáles fueron sus responsabilidades en los hechos. Muchos que ahora se agolpan para clamar contra el golpe de Estado, no dijeron ni hicieron nada ante las muchas arbitrariedades antidemocráticas. Me hubiera gustado la misma indignación cuando Evo se quiso perpetuar en el poder, brincándose la Constitución, renegando del referéndum popular y ofreciendo resultados electorales muy poco transparentes.
Pretender basar su regreso a partir de una lucha racial me parece un error criminal. Ojalá que los bolivianos tengan la sensatez de aquilatar lo alcanzado y evitar el maniqueísmo político.
Reconocer los derechos de los indígenas, o la necesidad de atenderlos de manera prioritaria, de reivindicarlos históricamente, no debería pasar por la negación de los derechos de los demás.
Dividir a mexicanos en indígenas y mestizos es abrir la puerta a distinciones raciales que deberíamos superar, no resaltar. Es agregar una división más de las que ya se anunciaron entre liberales y conservadores, chairos y fifís, neoliberales y cuatrotransformistas. Es echarle más leña a un fuego, que de por sí ya está muy encendido.