|
"Observatorio"

"¿Qué hay después de las balas perdidas?"

""
OBSERVATORIO

    Pistas: educación, prevención y desarme

     

    Antes de que acabe la indignación que cada inicio de año nos suspende en la burbuja del miedo por los disparos de armas de fuego, que a su vez denuncian el grave armamentismo en Sinaloa, el Gobierno debería presentar la estrategia a largo plazo para atenuar gradualmente esa práctica, tradición o estupidez, como se llame, que cobra víctimas inocentes y renueva en la población la certeza de que la vida humana no depende de cómo la cuida el Estado sino de cuándo la trunca la delincuencia.
    Es que ya nos paralizamos en los lamentos que comienzan en las madrugadas de todos los días 1 de enero y si acaso siguen en la conversación pública dos semanas después. Enseguida callamos, olvidamos o solapamos en espera del siguiente despertar con las centenas de armas en posesión de particulares apuntándoles a la población pacífica. Ese mal sueño del que queremos despertar, pero al ver que la realidad es más terrorífica, dormimos otra vez para continuar inmersos en la pesadilla.
    Claro que tendría que ser un plan articulado entre los tres niveles de autoridad, la sociedad y con énfasis en las instituciones educativas. Por supuesto también que es algo muy distinto al de movilizar las corporaciones policiacas en simulacros de operativos respaldados con campañas persuasivas a los gatilleros que, lo volvimos a corroborar en la bienvenida a 2020, no sirven para nada.
    La mano firme y la eficiencia de las autoridades para el desarme tiene que ser todos los días, sin esperar a que en año nuevo salgan a relucir artefactos de indistintos calibres y modos de desafío al Gobierno. Asimismo, el clamor ciudadano para que nadie tenga que resultar herido o muerto por una bala perdida ha de sostenerse al margen de la impresionante disposición colectiva para perder en horas la capacidad de asombro.
    Abel Jacobo Miller, un experto sinaloense en el manejo y posesión de armas de fuego, con enfoque de defensa personal, aportó al tema en estos días en su perfil en Facebook al considerar que debe partirse de un diagnóstico como cualquier análisis serio de un problema todavía más serio. Determina que en Culiacán hay muchas armas ilegales.
    “Si quien dispara al aire, lo hace con armas no registradas ante Sedena, con calibres no permitidos para civiles, y no pertenece a ningún club de tiro oficialmente registrado, pues entonces es un delincuente, así de simple y sencillo... y Culiacán por lo que se aprecia, está lleno de delincuentes y de armas ilegales”.
    Compactando su análisis, establece: uno, más del 80 por ciento de las armas con las que se hacen esos disparos son de fabricación estadounidense y por lo tanto originarias de ese país, por lo cual los controles de venta en la frontera con México son casi nulos; dos, el tema de la narcocultura en Sinaloa está muy arraigado y muy infiltrado ya en la sociedad culichi y sinaloense en general, por lo que la solución viene desde la sociedad y la autoridad correspondiente, como la encargada de la educación, cultura, salud y economía.
    Tres, tenemos autoridades de seguridad permisivas ya sea por incapacidad, colusión, corrupción, que no quieren, no pueden o no saben, o todo junto. Aquí está difícil porque mientras se cuente con ese tipo de autoridades, no se podrá avanzar mucho y, cuatro, se debe educar a los ciudadanos desde casa, a las nuevas generaciones en la escuela de los valores, sobre todo en el respeto y la legalidad.
    Abel Jacobo Miller, quien se ha preocupado por capacitar a diferentes colectivos de civiles para la autoprotección, resuelve que la solución está en sellar fronteras al acceso de las armas ilegales, educar a la sociedad desde las nuevas generaciones para que empiece a rechazar cualquier vínculo con los narcos, mientras que a la autoridad le corresponde garantizar seguridad pública, ser más eficiente y menos corrupta.
    Tiene razón y los sinaloenses estamos obligados a exigirlo en estos días que no son para el silencio y olvido. Este es el momento exacto de escuchar a las voces autorizadas, aunque antes aprendamos a oírnos unos a otros como víctimas directas del pavor que nos corta de tajo la fiesta de año nuevo, que nos obliga a correr bajo un techo por la proximidad de la tragedia que viene desde arriba; que avisa a tiempo de los linderos entre el año violento que llega y el que se va con la crueldad como moraleja de nunca creer a ciegas que estamos más seguros.
    Y sí. Es una situación muy compleja, como lo señala el Secretario de Seguridad Pública, Cristóbal Castañeda Camarillo, pero a la vez es sencilla: los gatilleros disparan sus armas porque saben bien que el Gobierno no los castigará por hacerlo.

    Reverso
    Dicen los gatillos calientes,
    Con el idioma de cañonazos,
    Que sus designios evidentes,
    Son de balazos, no de abrazos.

    La guerra del vecino
    Como si no existiera un solo ciudadano en el mundo que en el brindis de año nuevo se hubiera gastado las doce uvas en pedir que fracase Donald Trump en el propósito de reelección, el tirano Presidente de Estados Unidos reitera que es capaz hasta de crear una guerra con tal de extender su ocupación de la Casa Blanca. La ambición de poder lo lleva a destruir los frágiles esfuerzos de paz en el orbe, convertir en mercancía política a los ciudadanos del planeta y llevar al límite la demencial arrogancia del que inclusive se cree por encima de Dios. Y todo esto en las primeras horas de 2020, en la terquedad por hacernos ver, sobre todo a los mexicanos, la peligrosidad de nuestro vecino.
    alexsicairos@hotmail.com