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De repente me entra el pudor por repetir los mismos argumentos, prender los mismos focos rojos y hacer las mismas advertencias. Pero me resulta inevitable tratar desde la profesión que elegí, atajar las falsedades y ficciones que el Presidente cuenta todos los días y registrar las consecuencias de sus palabras y acciones. Con bastante certeza se puede afirmar que, hoy mismo -en ocasión de celebrar el segundo aniversario de su victoria electoral- tendremos un discurso triunfalista y con un optimismo sin asidero en la realidad. En uno de sus ya acostumbrados discursos dominicales desde Palacio Nacional ya nos adelantó por donde va esa ilusión.
López Obrador prometió una transformación que no llega y difícilmente llegará.
Prometió crecer al 4 por ciento -en ocasiones al 6 por ciento- y no ocurrirá. No sólo eso. Suponiendo que este año decrezcamos en 8 por ciento, México tendría que crecer entre el 2021 y el 2024 en 5 por ciento. O, si nos ponemos menos optimistas en 2.1 cada uno de los cuatro años restantes para que el promedio de crecimiento fuera de 0 por ciento. Negó muchos meses los pronósticos. Cuando la realidad ya no se lo permitió recurrió a un sofisma: decretó que el PIB no es la medida adecuada para medir el desempeño de la economía y de su gobierno.
Prometió acabar o al menos disminuir la violencia y la violencia no sólo no se ha detenido sino que ha crecido. 2019 fue el año más violento desde 1997 y marzo de 2020 el mes más violento de la administración con 83 homicidios diarios en promedio: un incremento del 7 por ciento con relación a marzo de 2019, y de 20 por ciento con relación a diciembre de 2018. No sólo eso. Ahora los cárteles se dan el lujo de atentar contra la segunda figura más importante de la seguridad pública: Omar García Harfuch (mi solidaridad para con él). Un hecho condenable y de consecuencias que aún no terminamos de comprobar.
Después de denunciar durante años el uso del Ejército para combatir la inseguridad prometió planear su retiro paulatino y lo que hizo fue multiplicar y fortalecer su presencia abandonando la única estrategia que ha dado resultado en el mundo: preparar cuerpos policiacos civiles. No sólo eso. Mediante un Acuerdo que contraviene el mandato constitucional y de la Corte Interamericana ahora extralimita sus facultades, puede disponer -salvo que la Corte disponga lo contrario- del uso de la fuerza armada permanente para tareas de seguridad pública.
Prometió acabar con la corrupción y el Inegi reporta que la cantidad de dinero que los ciudadanos tienen que pagar para acceder a los servicios públicos o para realizar los trámites regulares, aumentó. O sea, la corrupción es más cara hoy que ayer. Además, según la encuesta de MCCI-Reforma (marzo 2020) la percepción de que en México los actos de corrupción son frecuentes o muy frecuentes ha aumentado: 90.1 por ciento de los mexicanos considera que la corrupción sigue ocurriendo frecuentemente y muy frecuentemente. No sólo eso, se comienzan a acumular los escándalos de corrupción en el círculo cercano al Presidente: Conade, CFE, superdelegados, SFP, Morena, IMSS, Pemex…
Siendo generosos podría argumentarse que la violencia, la corrupción y el bajo crecimiento son rasgos estructurales del sistema difíciles de revertir 17 meses de una administración, pero no se ven siquiera los cimientos para la transformación de estas tres realidades.
No sólo eso. Ahí en donde las cosas sí dependen enteramente de la voluntad del Presidente, tampoco hay resultados.
La primera y quizá la más importante es gobernar con la ley en la mano y profundizar o, como él dice, instaurar la democracia. Tampoco ha hecho tal cosa. Está claro que el Estado de derecho no es lo suyo. No hay gobierno que en su primer año y medio haya tenido que enfrentar tantas y tan trascendentes acciones de inconstitucionalidad y controversias constitucionales. La discrecionalidad en el ejercicio del poder es la misma que por décadas hemos conocido los mexicanos. De la democracia ni que decir. Ella incluye principios básicos que no se ven por ningún lado: respeto a las autoridades electorales, consideración de las minorías, conformidad a los contrapesos, debate público y no monólogo circular, negociación y aceptación de la pluralidad.
¿Qué hay entonces que celebrar hoy 1 de julio?