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A propósito del día de ayer 12 de octubre, una fecha que con el paso del tiempo se ha tornado cada vez más polémica su conmemoración según sea la opinión que se tenga del descubrimiento de América y la posterior llegada y conquista de los españoles en México. No sólo se ha ido apagando aquella celebración del llamado día de la raza, sino que ha empezado a cuestionarse si se debiera o no disculpar el Estado español o la Iglesia Católica por las atrocidades cometidas durante el periodo de la conquista.
Este año, el INAH tomó la decisión de resguardar el monumento a Cristóbal Colón ubicado en el Paseo de la Reforma para su mantenimiento y restauración, precisamente unos días antes de esta fecha. Decisión que debe tener como antecedente las ocasiones que este monumento ha estado bajo la amenaza de ser dañado por manifestantes que consideran esta fecha como una afrenta histórica, de la que deberíamos deslindarnos y dejar de celebrar por todo lo que significó para nuestros pueblos originarios, en términos de genocidio y saqueo, al haber sido sometidos como Colonia española.
A 528 años del descubrimiento de América que dio pie a la posterior colonización, han surgido nuevas reflexiones que intentan dar un sentido a la condición colonial de países como el nuestro, que ha sido denominada como “neocolonialismo” término que como lo indica el prefijo “neo” se trata de la adjetivación de un nuevo colonialismo entre naciones en pleno Siglo 21.
Para el psicólogo e historiador español Óscar Domenech, el colonialismo es la invasión de un país a otro militarmente, la apropiación de su territorio, de sus recursos naturales para su beneficio, es decir, un país dominante que toma las decisiones sobre una colonia que al concluir da inicio a otro periodo, la descolonización, cuando las colonias pasan a ser independientes políticamente. Sin embargo, con el tiempo esta condición de independencia ha sido ambigua y ha derivado en una nueva condición de sujeción y dependencia nombrada como neocolonialismo.
El neocolonialismo es la forma de dominación en la que sin implicaciones militares y territoriales, se sigue aprovechando del país que un día fue colonia, a través del mercantilismo, la globalización empresarial y el imperialismo cultural. El país dominante no necesita usar la fuerza para hacer valer su voluntad sino que utiliza el mercantilismo. Aquel país o colonia que si bien se considera “independiente”, necesita de las estructuras de mercado de la metrópoli para vender sus productos, por lo que sigue estando sujeta económicamente del país dominante, por otra parte las grandes empresas que tienen su sede en países dominantes, toman decisiones sin contemplar a las empresas en los países ahora neocolonizados; y respecto al imperialismo cultural, se refiere a las élites en las que sus decisiones estarán muy influenciadas por las normas y reglas culturales que prevalecen en los países dominantes.
Con estas tres características es como se llega a pasar de una dominación militar a una dominación económica, en el que tenemos a un país independiente políticamente pero económicamente dependiente de múltiples maneras. Un aspecto esencial para entender el neocolonialismo, es que hay una gran intervención del Estado dominante a través de una importante intervención económica, política y cultural, en un neocolonialismo que propicia una independencia ficticia, porque a pesar de haber alcanzado en su momento su independencia política y social, no han conseguido todavía su independencia económica, concluye Domenech.
Bajo estas características que nos plantea la definición del neocolonialismo, podemos advertir que prácticamente todos los países de Latinoamérica, incluyendo el nuestro, se encuentran en esta condición, de neocolonia, ya no tanto de España, sino de los Estados Unidos.
Un tema complicado si consideramos que los últimos 36 años la hegemonía cultural de los Estados Unidos ha prácticamente moldeado el pensamiento de los jóvenes en México, una formación intelectual que carga con una alta dosis de empatía con referentes culturales e históricos del modo de vida estadounidense, que ha ido aniquilando su identidad histórica y el reconocimiento de sus raíces culturales como mexicanos, llegando a propiciar una percepción denigrante de sus orígenes y una creciente adulación a expresiones culturales que no le son propias. Una penosa dificultad para quien es reconocido en el extranjero como parte de una sociedad que él mismo de cierta manera relega o deshonra.
Ante este dilema de los países latinoamericanos, hay quienes proponen forjar el pensamiento “decolonizador”, como un proceso para deconstruir valores, creencias y conocimientos de origen eurocéntrico y poner en relieve el conocimiento de los pueblos originarios. Una tarea que para algunos pudiera ser imposible pues la consideran una batalla perdida, y que para otros es el momento de que estos temas se discutan en las universidades, como afirma el filósofo y catedrático Enrique Dussel, para dignificar nuestra historia y dar a nuestros niños, el honor de ser mexicanos, de una historia milenaria, como referente para reconocer las otras historias en el mundo.
Hasta aquí les comparto estas reflexiones, lo espero en este espacio el próximo viernes.