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“A su tiempo maduran las uvas”, dice un antiguo refrán en el que se subraya la necesidad de tomar las cosas con calma y no precipitar el proceso para acelerar los resultados. No se hace una apología del conformismo, sino todo lo contrario; lo que se resalta es la necesidad de no dejarse llevar por la vorágine de la velocidad y del ritmo frenético.
En la actualidad, se rinde demasiado culto a la rapidez, como expuso el profesor de Filosofía de la Universidad de Valencia, Faustino Oncina, quien habló de una “soteriología del ahora”.
La soteriología es la doctrina que se refiere a la salvación, de ahí que Oncina resaltó que hoy todo se quiere en “caliente”, elaborado en una olla de presión o en horno de microondas.
“Cada vez gira más rápido el carrusel del futuro, del futuro presente, al que le es intrínseco una soteriología del ahora, cuyos coetáneos lo quieren todo y lo quieren ya. Ante este penoso ejemplo de autodenigración, ¿qué ocurriría si se redujera la velocidad y redescubriese ese precioso airbag, la lentitud?”, manifestó.
El filósofo italiano Remo Bodei, en su libro “La chispa y el fuego”, recordó una primitiva narración acerca de cómo debe reposar el pensamiento:
“Cuentan los antiguos acerca de una ciudad imaginaria donde las palabras se congelan por causa del frío y luego, con el calor, se descongelan, de modo que los habitantes escuchan durante el verano lo que se ha dicho en invierno. La fábula se refiere a la filosofía, forma de saber de efecto retardado, que requiere tiempo para ser asimilada: lo que de ella se aprende cuando se es joven permanece congelado en nosotros y se comprende solo al crecer, en contacto con los problemas que cada tanto se nos presentan”.
¿Reposo mi pensamiento?