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El quehacer del filósofo no ha sido muchas veces comprendido. Su tarea es urgente, pero se malinterpreta constantemente su vocación. Tal vez los mismos filósofos han participado en este desliz intelectual, al elaborar doctrinas y teorías oscuras, difíciles y esotéricas.
“La tarea del filósofo es transmitir la exigencia de pensar”, señaló Francesc Torralba en una entrevista publicada en el blog de la Red Española de Filosofía.
“Entiendo que la filosofía nace en el ágora, en el seno de la plaza pública, y que emerge como un diálogo a fondo sobre las grandes cuestiones que asedian a la condición humana. Sin embargo, a lo largo de su historia se convierte en un monólogo académico para uso y consumo de académicos, articulado a través de un lenguaje críptico y excluyente, elitista y ajeno a los latidos del tiempo... Esta cerrazón o hermetismo académico tiene como consecuencia la marginación del verbo filosófico de la vida pública y el ostracismo de la razón ética, política y metafísica”, precisó.
El mismo Torralba, en conjunto con Anna Pagès y Xavier Antich, publicó un libro titulado “Filosofar: ¿Cómo “suena” hoy la filosofía catalana?”, en el que subrayó que filosofar entraña una dimensión espiritual y trascendente, aunque no necesariamente religiosa, como enseñó Sócrates en el ágora ateniense.
En efecto, Sócrates, hijo de una partera, consideró que su oficio era semejante al de su madre, como consta en el diálogo Teeteto:
“Ahora bien, mi arte obstétrico se asemeja en todo lo demás al de las comadronas”, aunque “atiende a las almas parturientas y no a los cuerpos”.
De igual forma, Luis Arias, en su obra Buscando un Ortega desde dentro, recordó que este filósofo español “quiere ser el partero intelectual de un país que tiene que resurgir de sus propias cenizas”.
¿Ayudo a parir intelectualmente?