Rafael Morgan Ríos
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Estos días invitan más a meditar y ver las cosas desde una generalidad social y amplitud de criterio, poniendo a un lado los constantes problemas que le aquejan al país. Para ello, qué mejor que consultar y escuchar al Papa Francisco en su Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio” (Evangelia Gaudium), quien expone que “la humanidad vive en este momento un giro histórico...” “la falta de respeto y la violencia crecen, la inseguridad es cada vez más patente” (52); “se considera al ser humano como un bien de consumo” (53), se niega la primacía del ser humano, razón por la cual el Papa exhorta a la solidaridad desinteresada, a una ética en la economía a favor del ser humano, pues “El dinero debe servir, no gobernar” (58). “... se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores” (64) pues al no reconocerse trascendencia en la vida personal y social”, “... se ha producido una creciente deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal... que ocasionan una desorientación generalizada” (64); no se pueden explicar de otra forma los problemas de violencia en nuestra sociedad incluyendo los asesinatos de mujeres y niños y los actos de abuso sexual, si no es por una pérdida casi fatal de valores y de respeto por la vida y por los más débiles.
Se ha propuesto como principio indispensable de convivencia, la solidaridad, aunque, como dice el Papa, “la palabra solidaridad está un poco desgastada”, pero, ella “supone una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos” (188) en detrimentos de otros muchos.
Sostiene el Papa (191) que “... nos escandaliza el hecho de saber que existiendo alimentos suficientes para todos, el hambre se debe a la mala distribución de la riqueza y de la renta y el problema se agrava con la práctica generalizada del desperdicio. Sin embargo, en una economía solidaria que tienda al progreso y desarrollo de todos, se requiere “acceso a educación, cuidado de la salud y especialmente trabajo... con el que el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida” (192).
“Para la Iglesia, la opción por los pobres es una categoría teológica, antes que cultural, sociológica, política o filosófica, (porque) Dios les otorga su primera misericordia” (198) “... nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social” (201).
El Papa sostiene (203) que la dignidad de cada persona y el bien común, son cuestiones que deberían estructurar toda política económica...” y explica en el punto 204 que: “El crecimiento en equidad exige mucho más que sólo el crecimiento económico, que es necesario, sino que requiere orden y cuidado en las decisiones, los programas y los procesos para lograr una mejor distribución del ingreso, esto es, a crear más y mejores fuentes de trabajo y “una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo” (204)
En el apartado sobre El Bien Común y la Paz Social, indica que la dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios” y es tiempo de “diseñar una cultura que privilegie el diálogo, la búsqueda de consensos y acuerdos por una sociedad justa memoriosa y sin exclusiones” (239).
De la Carta Encíclica del Papa Francisco “Alabado Sea Dios (Laudato Sii) sobre el Cuidado de la Casa Común, se entresacan las siguientes ideas: “La ecología estudia las relaciones entre los organismos vivientes y el medio ambiente donde se desarrollan”. Las razones por la cuales un lugar se contamina, exigen un análisis del funcionamiento de la sociedad, de su economía, de su comportamiento “porque” no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental” (139).
“Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales” (142). “Así por ejemplo, el consumo de narcóticos en las sociedad opulentas... provoca una constante y creciente demanda de productos originados en regiones empobrecidas, donde se corrompen conductas, se destruyen vidas y se termina degradando el ambiente” (142).
“... Es indispensable prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales. Para ellos la tierra no es un bien económico, sino don de Dios y de los antepasados...” (146).
El Papa sostiene que “La ecología humana es inseparable de la noción de bien común” (157).