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En el curso de la azarosa realidad que actualmente afrontamos han privado las noticias aciagas, pero las que cobraron registro el reciente fin de semana causaron una profunda conmoción al conocer el deceso de los periodistas Jorge Walterio Medina Palazuelos y Cuauhtémoc Celaya Corella.
Como ya es sabido, Walterio, el siempre estimado, respetuoso y respetable “Nanino”, sucumbió en lucha contra el Covid-19. Quienes lo conocimos estamos conscientes de su don de gente y de ese profesionalismo que lo caracterizó y que se hizo presente en la columna de opinión cuyo título, “Sin etiqueta”, refleja el valor de la sencillez.
Esa entrega editorial fue digna sucesora de aquel reconocido espacio denominado “Sinaloa de frente y de perfil”, cuyo autor, Jorge Medina León, quien fue una institución en el periodismo sinaloense, legó a su hijo, Jorge Walterio, la mejor de las herencias, que fue el ejercicio pleno y consciente de la libertad de expresión.
Conocí a “Nanino” cuando, siendo él muy joven, coincidimos en la Dirección de Información y Relaciones de la Universidad Autónoma de Sinaloa, durante el rectorado de Jorge Medina Viedas, que inició con aquella memorable lucha en defensa de la enseñanza media superior en la UAS ante la fallida pretensión del gobierno de Antonio Toledo Corro, cuyo empeño era eliminar el sistema de preparatorias de la institución rosalina.
A partir de entonces cultivamos una relación amistosa, recíprocamente respetuosa, cordial y permanente. Se me hace difícil aceptar que el amigo Walterio haya muerto, y de hecho seguirá existiendo en la memoria de sus seres más queridos, así como de sus amigos, entre los que yo me honraría en considerarme.
También tuve la oportunidad de conocer al maestro Celaya, y de constatar la dimensión de su vocación creadora que se manifestó en el ejercicio de la libre expresión, así como en su trayectoria magisterial académica. Su deceso deja un espacio insustituible en las páginas editoriales y en el aula universitaria donde será siempre recordado.
En el ámbito nacional, la visita del Presidente Andrés Manuel López Obrador a su homólogo en Washington fue manantial de polémica en los espacios de opinión, reacción que se extendió en Estados Unidos y en otros países donde se ensalzó o se reprobó la respuesta del Jefe de Gobierno de México a una invitación un tanto imprevista y claramente informal de Donald Trump.
La percepción enfoca hacia el hecho de que ambos lograron sendos beneficios personales. López Obrador sorprendió a sus detractores con una actitud y un discurso propios de un Jefe de Estado, muy por encima de cualquier ocurrencia desafortunada. En tanto Trump usó esa visita con la intención de ganar adeptos entre el electorado estadounidense de origen o de ascendencia latina.
Atento a ese objetivo, el Presidente yanqui mantuvo una actitud concesional en la que se mostró siempre amistoso, tolerante y receptivo porque así convenía a sus intereses. Esa insólita conducta permitió el lucimiento del Presidente mexicano que encontró el espacio propicio para señalar que en nuestra relación con Estados Unidos privan agravios que no se olvidan. Algunos editorialistas interpretaron lo anterior como una reivindicadora alusión en reclamo a los oprobios con los que Trump ha identificado a los migrantes mexicanos.
En esta ocasión le convino ser el amigo Donald y en esa tesitura armonizó la visita del Presidente López Obrador en la que, al menos públicamente, no fueron tocados aspectos espinosos, aunque al día siguiente Trump volvió a manejar el tema del muro. Está por verse hasta cuando le convendrá mantener la faceta amistosa que adoptó a lo largo de esta polémica entrevista.
A propósito de temas espinosos, es inevitable tratar el de la pandemia de Covid 19 cuya presencia se prolonga y se acentúa dramáticamente cuando la parálisis impuesta como protección sanitaria está depauperando a una creciente capa del sector comercial que, desvalida en lo económico, enfrenta ahora a otra pandemia.