@JorgeGCastaneda
Ser Secretario de Relaciones Exteriores es una chamba de tiempo completo, aún en un gobierno bajo el cual no existe ninguna política exterior. Hay compromisos con y actividades de otras naciones, de organismos internacionales y de una burocracia pequeña pero elitista, semi-meritocrática y quisquillosa (con algo de razón). Si el titular se dedica a otras cosas, lo más seguro es que va a cometer errores en su propia cancha.
Dejemos a un lado la triste derrota de Jesús Seade en su quijotesco intento de llegar a la presidencia de la Organización Mundial de Comercio. Nunca debió haberlo intentado, y si bien es cierto que México tiene un pobre historial de candidaturas triunfadoras en organismos multilaterales, ésta estaba más que cantada. El titular de la SRE nunca la apoyó, pero no pudo convencer a su jefe de que desistieran.
Olvidemos también la vergonzosa actuación de la SRE y de Hacienda en el fiasco del BID. Además de darle el pase al candidato de Trump, desaprovecharon la oportunidad de tener a un mexicano -Santiago Levy o Alejandro Werner- en la dirección del banco. Desde marzo, el Tesoro norteamericano se acercó a varios mexicanos para informarles que si México presentaba la candidatura de cualquiera de los dos economistas mencionados, Washington la apoyaría, garantizando su elección. Palacio Nacional respondió que ellos no; que tenían que ser Alicia Bárcena o Gabriela Márquez, y más allá de los méritos de ambas, no existía ninguna posibilidad que fueran aceptables para Estados Unidos.
Pero el último “oso”, menos trascendente pero más bananero, es el caso de la supuesta Embajadora Emérita Luz Elena Baños Rivas. Algunos lectores sabrán que la actual representante permanente de México ante la OEA fue en principio nombrada por López Obrador, a sugerencia de la SRE, Embajadora eminente de México. Nunca hubo un boletín oficial, pero sí un tuit de un Subsecretario. Esta distinción, únicamente superada por los embajadores eméritos (cargo instituido por mi padre en 1982), es para embajadores de carrera con cierta antigüedad, prestigio, cargos importantes y trayectoria en la Secretaría.
La Ley del Servicio Exterior, en su artículo 24, estipula claramente que para ser Embajador eminente es preciso haber ocupado el rango de Embajador en el escalafón (no ser jefe de misión con cargo de Embajador) durante 10 años. En la página de la Embajadora Baños, se anuncia explícitamente que fue ascendida a Embajadora hace dos años (no da la fecha exacta). Por lo tanto no califica para ser Embajadora eminente, como lo denunció a tiempo Pascal Beltrán del Río, entre otros.
Pues resulta que hubo descontento en el Servicio Exterior y, según fuentes del SEM en México, parece que un grupo de embajadores fue a ver al titular para manifestar su desacuerdo con esta evidente violación de la ley. El Canciller se molestó horrores, aseguran, y los mandó al diablo. Pero después, trascendió que un abogado cercano le explicó que por el nombramiento podría incurrir en un daño patrimonial al Estado mexicano, ya que el cargo de Embajador eminente lleva un emolumento de casi 25 mil pesos mensuales vitalicios (indexados a un sueldo determinado de la Secretaría).
Allí sí le tembló el pulso a Ebrard, parece. Buscó -y tengo entendido que logró- echar para atrás la designación de Baños, a pesar de las pataletas de Palacio, donde se insiste que el nombramiento es legal porque lleva la firma presidencial, y como alega Trump en Estados Unidos, el jefe del Ejecutivo no puede cometer un delito.
El Canciller se habría quejado con su equipo de que no lo cuidaron de esta metida de pata, a él “que anda en veinte pistas”. Tal vez debiera concentrarse en una: la Secretaría de Relaciones Exteriores.