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@rodolfodiazf
El mundo entero tiembla ante el acoso de la pandemia del coronavirus. Más que temor o temblor se podría hablar de excesivo pavor. Muchos mensajes transmiten pesimismo, frustración y desesperanza, en lugar de subrayar optimismo, prevención y esperanza.
Lo esencial es comunicar información real, útil, y provechosa. No tiene sentido inundar las redes sociales con videos y contenidos que desorientan, alarman y debilitan la esperanza.
Y, lo fundamental, es actuar en consecuencia. Aportar nuestra cooperación y esfuerzo para abrir con seguridad la puerta del futuro y de la prospección. No podemos esperar prostrados a que alguien venga a realizar la tarea que nos corresponde.
En el evangelio de ayer, el Papa Francisco comentó el texto en que se habla de un paralítico que llevaba 38 años enfermo junto a una piscina cuyas aguas sanaban, pero él solamente se quejaba y lamentaba que nadie lo introducía (Jn 5,1-3. 5-16).
Bergoglio señaló: “Nos hace pensar la actitud de este hombre. ¿Estaba enfermo? Sí, quizá tenía alguna parálisis, aunque parece que podía caminar un poco. Pero estaba enfermo del corazón, estaba enfermo del alma, estaba enfermo de pesimismo, estaba enfermo de tristeza, estaba enfermo de pereza… Y así, 38 años lamentándose de los otros. Y no haciendo nada para curarse”.
Martin Seligman indicó que el ser humano puede vivir llevando a cuestas una desesperanza aprendida; es decir, presa de un estado emocional en el que pierde toda motivación, meta, deseo, sueño y anhelo. Ante el mal presente se renuncia voluntariamente a que las cosas mejoren o se resuelvan de manera adecuada.
Frente a la amenaza del coronavirus es preciso actuar responsablemente, sin esperar -como el paralítico- que los demás lo hagan por nosotros. La ola amenazante debe ser derribada con una oleada de esperanza.
¿Mantengo viva la esperanza?