Hay direcciones peligrosas, derroteros a los que dirigir la imaginación o la lógica puede hacernos desembocar en la mayor de las tristezas. El más dañino de entre todos los rumbos es el porvenir: la sencilla palabra “mañana”, que solo anuncia —como las trampas que están camuflajeadas de inocencia— un nuevo amanecer, contiene la más grave de las revelaciones: mañana ocurrirá nuestra muerte. Claro está que el horror aparece cuando se profundiza, cuando las direcciones se extenúan, cuando uno las recorre hasta el final.
“Mañana” es el porvenir: literalmente lo que está por-venir, y lo que viene (la profundidad es la suerte de cada quien) es el final. De ahí que, contra lo que sostuvo Borges, no sea el ayer, sino el mañana “la estación más propicia para la muerte”: en el pasado, es cierto, todos están muertos; pero en el futuro todos estaremos muertos. Cambiar “ellos están” por “nosotros estaremos” marca la diferencia.
Todas las noches con candidez extrema, como haciendo planes rutinarios, me pregunto: ¿qué voy a hacer mañana? Eso ordena mi día, me sirve para distribuir mis asuntos, para no encimar mis citas, para dosificar mi tiempo; pero cuando concluyo mi plan, la palabra “mañana” se queda brillando en la oscuridad de mi cuarto y me invita a una exploración más profunda: ¿Y pasado mañana?, ¿y la semana próxima?, ¿y el año que viene?, ¿y en 20 años?, ¿y en 50? Y, de pronto, se me caen todos los planes como un castillo de naipes y comprendo lo obvio con la simple pregunta: ¿amaneceré?
El porvenir me desvela; es un derrotero y, se sabe, en el desenlace de todo derrotero está la derrota final. Es por eso que todas las direcciones, los caminos, los senderos son el arco de un proceso que desemboca en un basta. ¿Y será bastante? Aquí las opiniones se dividen: Pablo Neruda dijo: “He vivido tanto que quiero vivir otro tanto” y Antonio Plaza declaró románticamente: “Que de este planeta inmundo salgo de fastidio lleno/ porque la existencia en él es un continuo tormento”. Por lo visto las posturas dependen de lo que haya contenido la vida.
De todos los mañanas que he visualizado y leído, la propuesta que más me seduce es la de Lichtenberg: “Si al cumplir 100 años un hombre pudiera ser volteado como un reloj de arena, de tal modo que se volviera más y más joven pero que siguiera en el peligro de morir, ¿cómo sería el mundo?” Woody Allen, seguramente, se inspiró en este aforismo para concebir su texto Mi Próxima Vida. Hago un resumen: “Mi próxima vida quiero vivirla a la inversa, o sea, al revés”. Uno empieza muerto. Después, te despiertas en una casa de gente vieja y cada día que pasa te sientes mejor, más fuerte y más saludable hasta que te sacan del asilo. Luego empiezas a trabajar y el primer día te hacen una fiesta y te regalan un reloj de oro. Y estás ahí hasta que eres lo suficientemente joven para disfrutar de tu jubilación. “Vas a fiestas, bebes alcohol y eres promiscuo”. Después te conviertes en un niño sin obligaciones que se pasa el día jugando. Finalmente te conviertes en un bebé y, en seguida, estás flotando nueve meses en un spa de lujo hasta que terminas en un orgasmo.
En esta ocasión, entre el mañana que me prefigura la reflexión y el que me formula la imaginación. No delibero mucho, festivamente me quedo con el último.
Twitter @oscardelaborbol