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"Opinión"

"Nueve minutos de silencio"

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    pabloayala2070@gmail.com

    A Lucía; defensora de tantas causas

    Algunas de las imágenes que circularon por redes y portales noticiosos a lo largo de la semana, sobre la violencia vivida en las calles de los Estados Unidos y Guadalajara, trajeron a mi memoria la fabulosa novela de terror y suspenso de Robert Louis Stevenson: “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, la cual reseñé, justamente, hace siete años en esta casa editorial. Por si acaso usted no ha tenido la oportunidad de leer esta espléndida novela, le comparto un apretado resumen.

    Esta historia del Londres de fines del Siglo 19, arranca con un diálogo sostenido entre el notario Utterson y Nichard Enfield, mientras daban uno de sus habituales paseos por la ciudad. La charla se interrumpió justo en el momento que un inquietante recuerdo llegó a la memoria de Enfield, situación que en el libro se relata del siguiente modo: “después de haberse dado de bruces con ella, vi como un hombre corpulento y de baja estatura pisoteó a la niña caída y siguió su camino, dejándola llorando en el suelo. No parecía ni siquiera un hombre, sino un vulgar Juggernaut [...] Yo me puse a correr gritando, agarré al caballero por la solapa y lo llevé donde ya había un grupo de personas alrededor de la niña que gritaba. Él se quedó totalmente indiferente, no opuso la mínima resistencia, me echó una mirada, pero una mirada tan horrible que helaba la sangre. [...] Habríamos montado tal escándalo, dijimos a nuestro prisionero, que su nombre se difamaría de cabo a rabo de Londres: si tenía amigos o reputación que perder la habría perdido. [...] Jamás he visto un círculo de caras más enfurecidas. Y él allí en medio, con esa especie de mueca negra y fría. Estaba también asustado, se veía, pero sin sombra de arrepentimiento. ¡Os aseguro, un diablo! Al final nos dijo: ¡Pagaré, si es lo que queréis! Un caballero siempre paga para evitar el escándalo. Decidme vuestra cantidad”.

    El extraño y repugnante hombre al que se refería Enfield era Mr. Hyde, co-protagonista de la novela y autor de una serie de asesinatos y abusos violentos efectuados bajo el manto de las noches oscuras londinenses. El otro co-protagonista es el Dr. Jekyll, un reputado y riquísimo científico que heredó toda su fortuna a Mr. Hyde. ¿Qué condujo a Jekyll a tomar tal decisión? ¿Qué relación podría existir entre “un hombre con tan gran prestigio” y un “ser tan vil y desagradable” como Mr. Hyde?

    El vínculo entre ambos personajes provenía de la ciencia. Mr. Hyde es el Dr. Jekyll. Este tras beber una pócima inventada por él mismo, de cuando en cuando, se convertía en ese ser oscuro, repugnante y asesino capaz de realizar lo indecible, lo más ruin, lo que jamás haría un hombre con la reputación del Dr. Jekyll.

    Mediante esta historia, Stevenson nos hace pensar sobre la inevitable dualidad humana que nos apresa. Somos ángeles y demonios habitando una misma persona. El “yo malo-perverso” y sus “vergonzosos placeres sin freno” de Mr. Hyde, daba una tregua al Dr. Jekyll para que este continuara trabajando en su laboratorio “por el progreso de la ciencia y el bien del prójimo”. Por ello, Jekyll no era “verazmente uno, sino verazmente dos”. Un hombre con dos naturalezas morales distintas, un ser conformado por dos incongruentes mitades imposibles de separar y que, por su insostenible pugna y contradicción, le condujeron a un desenlace que no le contaré para no estropearle el final de la historia, si acaso decide leerla.

    Traje a cuento esta novela de Robert Louis Stevenson, porque nos permite comprender por qué, de la noche a la mañana, una horda de hombres y mujeres estadounidenses sacaron al Rambo que llevan dentro, dejando en claro que harán de él una coladera a todo manifestante que se atreva a mancillar el sagrado derecho a la propiedad privada con el que se llenan la boca los gringos.

    Sobra decir que ninguna de las y los mini Rambos salieron a patrullar calles y negocios después de haber bebido la pócima del Dr. Jekyll. Lo que nubló su razón, como bien dice el neurocientífico Ignacio Murgado, fue la influencia que ejerció en ellos su “cerebro violento”.

    ¿Son los genes o la educación los que vuelven a una persona violenta? En este caso ninguno es excluyente, porque ambos factores ejercen una gran influencia entre sí. Un cerebro dañado, como dice Murgado, conduce a comportamientos trastornados. Lesiones cerebrales, malformaciones, tumores, la ausencia o exceso de ciertos químicos, pueden llevar a una persona a comportarse como Mr. Hyde, es decir, como alguien incapaz de sentir empatía por el dolor o desgracia ajena.

    La educación, sin duda, también resulta ser un factor muy determinante. Infancias vividas en entornos represivos, la exposición prolongada a contenidos violentos (promovidos por series, videojuegos, películas, la propaganda política, etc.) y la normalización de ciertas conductas resultan el caldo de cultivo perfecto para que cualquier predisposición genética o insuficiencia química sean la chispa que encienda el espíritu de odio que hace latir el corazón de Mr. Hyde o los muchos “Rambos wannabe” que amedrentan y amenazan a los manifestantes de Minneapolis y New York.

    En el caso particular de los Estados Unidos, Donald Trump ha sido uno de los principales detonadores de la violencia. Sus vociferantes llamados a “respetar la ley y el orden” y constantes advertencias a cuidarse de “los perros más feroces y los militares armados, como nunca antes”, son un combustible muy eficaz para mantener encendidas las pasiones que arden contra la cultura fóbica y racista que nubla la razón a millones de estadounidenses.

    Afortunadamente, en ese país y en otros lugares del mundo, son muchas más las personas que continúan dispuestas a seguir alzando la voz para poner fin al estúpido y repugnante odio racial. Justin Trudeau, Presidente de Canadá, por ejemplo, en uno de los momentos más significativos de la manifestación contra la violencia organizada en Ottawa, se arrodilló durante nueve minutos, el mismo tiempo que duró la agonía de George Floyd, como una muestra de su repudio e indignación por la muerte absurda de Floyd, y de otras tantas que se suscitan día tras día por estos motivos. Asimismo, Michael Jordan, Madona, Beyoncé, Oprah, Billie Eilish, jugadores de la Bundesliga, la NFL y un sinfín de personajes y ciudadanos comunes y corrientes han manifestado su repudio.

    Bastaron nueve minutos para que un innombrable policía arrebatara la vida a George Floyd. El tiempo justo que necesitábamos para recordar que nuestros más grandes problemas no son solo el coronavirus y la crisis económica, sino nuestra falta de humanidad.