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El sábado pasado ya tarde, como casi a media noche, compartí en mi página de Facebook una carta que escribió un maestro universitario de la carrera de comunicación de la Universidad de ORT de Montevideo, primera universidad privada considerada como una de las más importantes en Uruguay, fundada por la comunidad judía de ese país. El maestro y también periodista de nombre Leonardo Haberkorn, da a conocer una carta en la que expresa su renuncia a seguir dando clases, pues se había cansado de pelear contra Whatsapp y Facebook, en ella expone sus experiencias y reflexiones, mensaje en el que da por perdida la batalla ante el uso indiscriminado de los teléfonos celulares en clase y a la idea de hablar de asuntos que le apasionan, ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies.
Si bien el problema del uso excesivo de los teléfonos celulares en los estudiantes es un asunto cada vez más abordado por especialistas en educación, lo que llamó mi atención fue la respuesta que tuvo la publicación de la carta en mi muro de Facebook, pues al día de ayer por la tarde más de mil 320 personas compartieron su carta, con más de 600 me gusta y 104 comentarios que no dejaban de aumentar en apenas cinco días.
Esta curiosa reacción que generó la carta, resultó ser una verdadera sorpresa, pues desde que la compartí, el teléfono no ha dejado de notificarme que continúa generando distintas respuestas y opiniones en la comunidad de Facebook, sobre todo en el muro de un usuario de redes promedio como yo, que no recibe más allá de 50 “likes” por día.
Así que me dispuse a investigar un poco más sobre tan peculiar carta y su autor, para mi asombro descubrí que en su blog personal se publicó por primera vez la versión completa de la carta, el 3 de diciembre de 2015. A pesar del tiempo y los años, sigue llamando la atención y motivando la reflexión sobre el efecto que generan las nuevas tecnologías de la comunicación, y cómo estas se han desarrollado con una velocidad que rebasa la capacidad de adaptación de toda una estructura educativa y de comunicación pedagógica establecida y concebida fuera de toda lógica comunicativa de lo virtual. Un desarrollo científico que nos avasalla de forma vertiginosa.
Es por ello que la misiva del maestro Haberkorn, despertó una simpatía inmediata ante la semejanza de una misma realidad de crisis de comunicación a partir del uso indiscriminado y desregulado del celular, no sólo en las aulas de las escuelas, si no en todos los ámbitos de nuestra sociedad, una situación que no distingue edad ni condición social. Aunque, como él mismo lo menciona en su carta, “… es cierto, no todos son así. Pero cada vez son más. Hasta hace tres o cuatro años la exhortación a dejar el teléfono de lado durante 90 minutos -aunque solo fuera para no ser maleducados- todavía tenía algún efecto”.
El hecho de que esta carta todavía siga llamando la atención de manera notable, ciertamente tiene que ver con el vínculo que se forma un poco más allá de la empatía con la situación del maestro, de su condición de dificultad y frustración para impartir clases, y que tiene que ver con la dinámica de una nueva dimensión de la conversación en la que nos hemos involucrado a partir de nuestra dependencia con las nuevas tecnologías de la información y comunicación digital.
Una relación en la que nunca nos prepararnos y que en la experiencia, en vez de adaptarla a nuestras necesidades y realidad, nos hemos visto forzados a adecuarnos a la realidad y exigencias de tiempo y espacio en las redes sociales y medios de comunicación de los teléfonos llamados “inteligentes”, quizá, porque sin habernos percatado nos han superado, vencido, como él mismo afirma también en su texto:
“Y entonces veo que a estos muchachos -que siguen teniendo la inteligencia, la simpatía y la calidez de siempre- los estafaron, que la culpa no es solo de ellos. Que la incultura, el desinterés y la ajenidad no les nacieron solos. Que les fueron matando la curiosidad y que, con cada maestra que dejó de corregirles las faltas de ortografía, les enseñaron que todo da más o menos lo mismo. Entonces, cuando uno comprende que ellos también son víctimas, casi sin darse cuenta va bajando la guardia. Y lo malo termina siendo aprobado como mediocre; lo mediocre pasa por bueno; y lo bueno, las pocas veces que llega, se celebra como si fuera brillante. No quiero ser parte de ese círculo perverso. Nunca fui así y no lo seré. Lo que hago, siempre me gustó hacerlo bien. Lo mejor posible. Y no soporto el desinterés ante cada pregunta que hago y se contesta con el silencio. Silencio. Silencio. Silencio. Ellos querían que terminara la clase. Yo también".
Así concluye esta famosa carta que conmovió al mundo de la educación hace casi cinco años y lo sigue haciendo. Quizá porque en el subconsciente nos habita una real preocupación por la subordinación frente al uso del celular, por la forma en que surge la ansiedad de comunicarnos con quien no está entre nosotros, de preferir significarnos a distancia, sin mediar la mirada, la voz y los gestos. Una paradójica situación que nos acerca, nos localiza, nos comunica pero que a la vez también nos aleja, nos interrumpe, nos ignora, nos excluye de lo más cercano. Un asunto todavía pendiente de resolver.
Hasta aquí mi opinión, los espero en este espacio el próximo martes.