@DoliaEstevez
SinEmbargo.MX
WASHINGTON, D.C._ El triunfo de Joe Biden y Kamala Harris representa el contundente rechazo al desastroso manejo de la pandemia y a las políticas racistas y divisivas de Donald Trump. De acuerdo con cifras oficiales de los estados, el demócrata obtuvo el récord histórico de cerca de 75 millones de votos, contra 70.4 millones de Trump. Biden tenía 279 votos en el Colegio Electoral, 9 más de lo requerido para ganar, contra 214 de Trump.
La elección fue más reñida y compleja que lo anticipado. Mientras que los demócratas llamaron a votar por correo postal debido a la pandemia, Trump promovió el voto presencial el 3 de noviembre, día de los comicios. Los millones de votos por correo y adelantado, atrasaron el conteo cuatro dramáticos días en los que el país estuvo al borde de un ataque de nervios. Finalmente, el sábado, las autoridades locales en Pensilvania emitieron la cifra decisiva: Biden obtuvo los esperados 20 electores que necesitaba para alcanzar la meta de 270 en el Colegio Electoral.
A lo largo y ancho de Estados Unidos, la gente se volcó a las calles para celebrar el fin del gobierno de Trump. Se acabó la pesadilla. Lo mismo ocurrió en muchas partes del mundo, empezando con Europa, donde líder tras líder felicitó a Biden. Más de 70. Canadá fue uno de los primeros. Otras naciones, como Rusia, China, Brasil, Norcorea y México se abstuvieron. Andrés Manuel López Obrador dijo que no felicitará al ganador hasta que se “resuelva legalmente” la elección.
La posición del Gobierno de México es desafortunada. Muchos dicen que expresa su lealtad a Trump. Otros que es coherente con su experiencia en 2006 cuando líderes mundiales se apresuraron a reconocer el triunfo de Felipe Calderón sin esperar la contabilización final. Como sea, los demócratas lo resentirán. Similar a cuando el gobierno de Fox se tardó tres días en ofrecer condolencias al pueblo de Estados Unidos por los 3 mil muertos en los ataques terroristas del 9-11. México erró entonces y yerra ahora.
En la diplomacia, los tiempos y el simbolismo son sustancia. La posición de México meterá ruido en la etapa inicial, pero no habrá rompimiento o represalias comerciales. La relación es un matrimonio sin opción de divorcio. Biden tiene un millón de temas más importantes en que ocuparse. Llega a la Presidencia con actitud conciliadora, no con ganas de abrir nuevas discordias.
Las prioridades de Biden son otras. Su equipo de transición ha definido cuatro temas inaplazables: combatir la pandemia del coronavirus, la recesión, el cambio climático y el racismo sistémico. También reanudar los lazos rotos con la comunidad internacional. En los primeros días en la Presidencia, firmará órdenes ejecutivas para reingresar al Acuerdo de París sobre Cambio Climático, zurcir la fractura con la Organización Mundial de Salud, levantar la prohibición de viajes de los países con mayoría musulmana y, de importancia para México, dar estatus legal permanente a 700 mil migrantes que estaban protegidos bajo el programa Dreamers que Trump anuló.
Dentro de sus políticas de gobierno destaca el plan para invertir 4 mil millones de dólares en el desarrollo de los países centroamericanos expulsores de migrantes. Biden coincide con la postura de AMLO de que la mejor manera de desincentivar la migración es atacando sus causas principales: la pobreza y la violencia. El gobierno de Trump engañó a AMLO cuando prometió invertir 10 mil millones de dólares para los países de Centroamérica como parte del infame acuerdo “Quédate en México”, negociado secretamente por Marcelo Ebrard. “No cumplió el Gobierno estadounidense”, AMLO lamentó un año después. Claro que no. Choca con el racismo y la cerrazón del todavía inquilino de la Casa Blanca. Para Trump son “shithole countries”. Países de mierda.
Trump, quien se hallaba jugando golf en una de sus propiedades cuando se confirmó que perdió la elección, volvió a cuestionar la imparcialidad e integridad del sistema electoral, algo que ningún Presidente había hecho antes. El derecho a votar y las instituciones que lo hacen posible son la columna vertebral del sistema democrático de Estados Unidos.
La elección terminó, pero los pleitos no. Sin aportar una sola prueba que hayan avalado las cortes hasta ahora, Trump alega que le robaron la elección. Insiste en su narrativa de dividir a los votantes entre “legales” e “ilegales”. Los primeros, votaron por él, y los segundos, por Biden.
Trump se niega a admitir su derrota. Nada en la ley lo obliga a hacerlo. Es una tradición de civilidad y responsabilidad. Trump carece de ambas. Es un mal perdedor. Toda su vida se ha salido con la suya torciendo leyes y normas, e intimidando y aplastando a adversarios. Mintiendo.
Las cifras oficiales de los estados en las que se basa el resultado sobre el triunfo de Biden, serán avaladas por el Colegio Electoral el 14 de diciembre. Posteriormente, el 6 de enero, el Congreso certificará la elección en una sesión conjunta. La posibilidad de que este formalismo legal revierta el resultado de la elección es prácticamente nula. Nunca ha ocurrido que los electores del Colegio Electoral voten en contra del candidato ganador al grado de cambiar el resultado de la elección.
La campaña de Trump ha interpuesto una serie de demandas contra el triunfo de Biden. Sin embargo, es tan grande la desventaja de Trump en el Colegio Electoral que para poder revertirla tiene que probar que en cuatro estados que votaron por Biden falló la contabilidad del voto por millones. Es muy difícil que ocurra. Los gobiernos estatales ya empezaron a certificar el conteo. Trump no tiene vía legal viable o creíble. Miente cuando alega que hubo fraude masivo. El consenso es que fracasará. El pleito legal es su último berrinche. Donald Trump perdió el voto popular y electoral no por fraude sino por el veredicto de los votantes en una elección justa y limpia.
Joe Biden será el nuevo Presidente de Estados Unidos. Prestará juramento ante el Presidente de la Suprema Corte de Justicia el 20 de enero de 2021, porque así manda la Constitución. Si para entonces, Trump sigue aferrado a no ceder el poder, será desalojado por la fuerza. El triunfo del demócrata es un hecho consumado. No hay marcha atrás.