Aguililla, Michoacán y nuestro Culiacán, han servido de recientes escenarios para que la delincuencia organizada exhibiera su poderío y dejar constancia de que efectivamente, son grupos plenamente organizados y entrenados para dar golpes certeros a costa de la sociedad y para vergüenza del gobierno.
En el caso de Culiacán el sistema y sus fuerzas represivas simplemente fueron incapaces de reaccionar a la altura de las exigencias, lo cual obliga a que los responsables del desaguisado, por mera dignidad renuncien a sus encomiendas o de plano, que el Presidente los despida.
Sin duda alguna en el tema de seguridad la administración de Andrés Manuel López Obrador está fallando estrepitosamente y no puede ser de otra manera, ya que por más que ondeé la bandera de paz o haga dengues ante los grupos que se disputan el control de las actividades delincuenciales que representan miles de millones de pesos, jamás responderán a su llamado y si las cifras de muertes hasta ahora acumuladas no lo convencen, pues tendremos que buscar que algún ministro religioso iluminado o a un Soberano Gran Inspector de la Masonería para ver si logran sacarlo de su quimera pacifista y urgirlo para que agarre por los cuernos al agresivo e indomable burel acicateado por gente de la calaña de los que emboscaron a los policías de Aguililla o los de Sinaloa comandados por Ovidio, que por varias horas metieron en un predicamento a la capital sinaloense, sin que llegara la reacción efectiva de las fuerzas armadas, de la Guardia Nacional y de las policías locales, lo que provocó un resultado político lamentable y realmente vergonzoso para la imagen de las instituciones nacionales.
Sin lugar a dudas, el haber dejado ir a Ovidio Guzmán coloca en entredicho a la fuerza del Estado, a la toma de decisiones del Presidente de la República y a las propias instituciones de seguridad ante un grupo de civiles que demostró mayor capacidad táctica y de fuerza, al grado de ponerlas de rodillas y hacerlas deponer las armas.
Pero por otro lado, también vale preguntarse: ¿qué estaríamos diciendo del Presidente de la República si hubiese tomado la decisión de aprehender al presunto delincuente como colofón de un operativo totalmente fallido y bajo la amenaza de sacrificar cientos de vidas?
Que el evento de Culiacán fue una ofensa para el sistema y que debilita su imagen ante todo mundo, incluyendo al delincuencial, sin duda alguna, pero la realidad de los hechos, no es la primera vez que sucede y si ahora nos enteramos en tiempo real, fue gracias a las herramientas informativas con las que actualmente contamos. Hay otros que citaré y que no han merecido nuestra atención, a pesar de que han estado a la vista a lo largo de varios años. Al respecto recuerdo lo siguiente.
El mes de agosto de 2012, en pleno año electoral que llevó a la presidencia a Enrique Peña Nieto, después de un fragoroso encuentro en Zapopan, Jalisco, entre las fuerzas del orden y el Cártel Jalisco Nueva Generación, algunos medios de comunicación dieron a conocer que se detuvo y se liberó de manera inmediata a Nemesio Oseguera Cervantes alias “El Mencho”, líder del CJNG. Al respecto no vimos que la opinión pública desatara una reacción crítica tan virulenta como la que ahora está cosechando el Presidente López Obrador.
Otra más. Durante años, distintos presidentes de la República, incluyendo a los ahora oportunistas activistas sociales Vicente Fox y Felipe Calderón, mantuvieron acuerdos y convivieron con líderes sindicales de alto grado de peligrosidad, de igual o mayor calado que el presunto Ovidio.
¿Ejemplos? Pues a bote pronto y sin batallar, tenemos a Elba Esther, a Carlos Romero Deschamps y a la propia CNTE que tanto daño ha causado al sistema de educación pública. Pregunto ¿Acaso no ha estado la Nación de rodillas ante ellos?
No hay para atrás. La decisión presidencial fue tomada a sabiendas de que tendría un altísimo costo político ¿de igual o peor tamaño que el de haber optado por la captura del presunto? Ahí la dejo. ¡Buenos días!