“...tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer”.
Walter Benjamin
1. Para algunos pasó como un sábado cualquiera. Otro más en este encierro que hace que todos los días se parezcan; que un domingo y un miércoles, por ejemplo –en esta retahíla de zooms que marca nuestra vida-, sólo se diferencien por la cantidad de ruido que llega del exterior o porque entre el cúmulo de trabajo pendiente se cuela una reunión familiar, con charlas, brindis, y sobrinos reclamando atención a la distancia.
Para algunos pasó como un sábado cualquiera. Otro más en este México nuestro, desmemoriado y feroz. Para unos cuantos –espero- fue un día de indignación, pero para unos pocos fue un día de infinita tristeza, como ha sido cada día desde aquel 26 de septiembre de 2014; desde esa trágica noche en que desaparecieron cuarenta y tres estudiantes de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero. Una noche que dio origen a una de las más oscuras tramas de engaños, violencia, mentiras, corrupción e injusticias del país.
He leído, escuchado, discutido, marchado, gritado, me he enfurecido y desesperado. He visto las exposiciones, platicado con los abogados del GIEI aprendido de las y los periodistas que han convivido con las familias.
Estuve con Estela de Carlotto en 2018 en la charla privada que sostuvo con las madres y padres de los chicos, y lloré con todas ellas, mientras la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo les decía entre lágrimas “Queridas, que el poder no las vea llorar. Tienen que mostrarse fuertes para exigir justicia”.
Ya he escrito sobre esto, pienso. Ya lo he contado. Pero no puedo dejar de hacerlo nuevamente. No debo.
Para algunos pasó como un sábado cualquiera. Para las madres y los padres de los jóvenes secuestrados hace seis años fue un día de dolor, como cada uno de los días vividos desde aquella aciaga noche. ¿O cómo se despierta una cada mañana sin saber adónde tienen a nuestro hijo? Sin saber si está vivo o muerto, si tiene hambre o frío, se lo han torturado o asesinado. ¿Cómo se vive temiendo que quizás nunca más puedas abrazarlo, ni arrullarlo, ni sonreír cuando él sople las velas de su pastel de cumpleaños, porque no habrá más cumpleaños, ni pasteles, ni abrazos, ni arrullos, ni sonrisas? ¿Cómo se despierta cada mañana una madre que ya no es madre sino una mujer a quien le han arrancado un hijo?
2. Para algunos pasó como un 26 de septiembre cualquiera. Uno más en esos años de horror en que millones intentaban salvar la vida mientras el nazismo cubría Europa. Un 26 de septiembre cualquiera. Hace ochenta años. Dicen que fue jueves. Quizás fuera una tarde fresca, como otras de comienzos de otoño, en aquel pueblo de los Pirineos. Quizás hubiera algo de movimiento en la fonda donde ese hombre de rostro envejecido y ropas oscuras, se sentó a comer. Quizás muchos años después, la chica que le sirvió la sopa recordara esa mirada intensa. Quizás tuviera que ir a declarar a la mañana siguiente. Que sí, que lo había visto el día anterior. Que no lo conocía de antes. Que no se dio cuenta si estaba abatido. Que escribía mucho mientras terminaba su copa de vino. Que le dejó propina. Que se despidieron con una sonrisa. Que no, que no hablaron casi porque ella sabe apenas un par de palabras de alemán y otras pocas de francés. Que no le dijo su nombre.
Era 26 de septiembre. Era 1940. Era Portbou. Y ese hombre, uno de los intelectuales más dolorosamente lúcidos del Siglo 20, se llamaba Walter Benjamin: filósofo, alemán, judío. El pensador nacido “bajo el signo de Saturno”, como lo nombró Susan Sontag, era un místico, convencido de la importancia del judaísmo para la cultura europea, y al mismo tiempo un marxista que apostaba por la transformación del mundo. El triunfo de los nazis en 1933 lo obligó a un largo periplo por Europa buscando un lugar donde su origen y su pensamiento heterodoxo no fueran un estigma. Sin trabajo estable, deambulando con unas pocas pertenencias, el desánimo lo fue invadiendo. Era el derrumbe de un humanismo de izquierda al que él había dedicado sus reflexiones desde muy joven. Al intentar cruzar a España para poder embarcar hacia Estados Unidos donde ya lo esperaba su amigo Theodor Adorno, la policía se lo impidió porque no tenía permiso para abandonar Francia. Esa noche, se refugió en su cuarto del Hotel Francia y se suicidó con morfina. Dejó escrita la siguiente nota:
En una situación sin salida, no tengo otra elección que la de terminar. Es en un pequeño pueblo situado en los Pirineos, en el que nadie me conoce, donde mi vida va a acabarse.
Fue también Adorno quien recibió de manos de Hannah Arendt el manuscrito de las Tesis de Filosofía de la Historia, escritas por Benjamin entre fines de 1939 y comienzos de 1940. Me detengo en la IX Tesis:
Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. Representa un ángel que parece a punto de alejarse de algo a lo que mira atónito. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta y las alas extendidas. El Ángel de la Historia debe ser parecido. Ha vuelto su rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de acaecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar. Querría demorarse, despertar a los muertos y componer el destrozo. Pero del Paraíso sopla un vendaval que se le ha enredado en las alas y es tan fuerte que el Ángel no puede ya cerrarlas. El vendaval lo empuja imparable hacia el futuro al que él vuelve la espalda, mientras el cúmulo de ruinas ante él crece hacia el cielo. Ese vendaval es lo que nosotros llamamos progreso.
Para Benjamin, ese “progreso” nacido de la modernidad significaba una máquina de muerte. Ruina sobre ruina.
Máquina de muerte que hoy, en pleno capitalismo neoliberal, muestra el rostro de la intolerancia, de la injusticia, de la violencia de género, de la destrucción del medio ambiente, de la pobreza, de los migrantes asesinados, del narcotráfico, del trabajo infantil, y de tantos otros horrores.
Sé que alguien dirá: “No exageres, también tenemos cosas que valen la pena”. Sí, es verdad. Algunas. ¿Compensan todo lo demás?
Mientras miro al Ángel de la Historia benjaminiano sumarse al pase de lista por los 43 normalistas, vuelvo a pensar que este 26 de septiembre no fue un sábado cualquiera.
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 ¡JUSTICIA!