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"OPINIÓN"

"No entienden que no entienden"

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    Salí a la calle alrededor de las 11. No llevé a la escuela a mi hija, a quien le di la oportunidad de que decidiera, por ella misma, si quería protestar uniéndose al paro de mujeres. No todos sus amiguitos anunciaron que faltarían, así que tuve por un momento la duda de si escogería ir a la escuela o no. Decidió quedarse y unirse al paro. Le expliqué qué era una huelga y que estas servían para rebelarse ante poderes injustos. Luego, por la mañana, solamente salí a hacer un trámite. Lo primero que noté fue la notable disminución del tráfico, parecía domingo. Después, una oficina sin mujeres, solo la recepcionista. En los coches, mayoritariamente conductores hombres. Parecía un día de asueto, pero incompleto.

    En los programas de radio sólo hombres, haciendo notar la falta de las mujeres. Me di cuenta que analistas políticos, muy reconocidos y de izquierda, analizaban su ausencia, reiteradamente, a través de confesiones machistas. La brecha generacional con el joven movimiento feminista es inmensa: todos se referían mayoritariamente a que tendrían que hacer, ese día, las labores domésticas. Uno dijo, “tendré que regresar a mi casa a tender mi cama y hacer la casa” (ese drama). Otro, hablaba de que tendría que lavar los platos, aunque su esposa ya lo había adiestrado, por fortuna (un alivio). Fue muy notable que casi ninguno manifestara echar en falta las voces de las mujeres, es decir, de sus colegas. Es muy sintomático de generaciones de hombres que tienen introyectado hasta la médula el machismo y los roles de género. La manera de “extrañar” a las mujeres fue en su posición de subalternas, mujeres a su servicio. Me quedé pensando que entre esos hombres de 60 y 70 años, y los hombres de nuevas generaciones, hay un abismo de educación y comprensión del fenómeno de género. A esto se deben, en muy buena medida, las taras del Presidente López Obrador a la hora de comprender el fenómeno feminista: las mujeres, sobre todo las jóvenes, no las feministas mayores acostumbradas a negociar con el poder machista, hablan ya en otro idioma, totalmente incomprensible para el Presidente, educado bajo una cultura misógina como el resto de sus compañeros de generación.

    López Obrador no entiende que no entiende, y esto es totalmente literal. No se da cuenta que cada vez que intenta “sumar” las exigencias de las mujeres a una exigencia general “humanista” lo que está haciendo es desapareciendo groseramente sus demandas; no entiende que su humanismo no es otra cosa que una forma prestigiosa de machismo y que éste ha sido usado a lo largo de la historia para quitarle la voz a las mujeres, negándoles el derecho de tener sus propias exigencias, sus propias experiencias sin que estas sean mediadas por el poder masculino.

    No, el señor Presidente no puede verlo, está incapacitado del todo para hacerlo. Él encarna para sí mismo la figura del patriarca, del héroe nacional. No, no es un tecnócrata que tuvo su embarradita de discurso de género en alguna universidad gringa. No, él es un benevolente padre que está encargado de conducir a todos: los hijos y las hijas descarriadas de la familia mexicana o de felicitar la abnegación de las esposas de los héroes o de las madrecitas sufrientes; él sabe, profundamente, que las mujeres no son otra cosa que un parapeto de los héroes y sus gestas heroicas, o de los malvados “conservadores” que están contra su Gobierno. Son, digámoslo en toda su crudeza, el apoyo laboral, sexual y afectivo de la “cuarta transformación”; no tienen ni necesidades ni derechos propios, sino los de “todos”.

    Por eso, sin ninguna pena, y sin ninguna conciencia de la desproporción de poder, pudo criticar a una jovencita entrevistada por Carmen Aristegui en la marcha del domingo que manifestó su total rechazo a su Presidencia. Ah, no, esa muchacha no puede, es incapaz de desear por ella misma, la caída del Gobierno. Tienen que ser los conservadores los que estén detrás. ¿Cómo una joven mujer quiere quemarlo todo? No, no, las mujeres no pueden estar furiosas, son unas provocadoras: no son ellas, sino un instrumento. Las mujeres no tienen derecho a la rabia, ni a la autodefensa, porque se sabe, son mujeres y el imaginario misógino las necesita dóciles, claudicantes, útiles. Que las mujeres finjan, que las mujeres mientan, que las mujeres ataquen a otras mujeres para ser consideradas por el poder, que las mujeres se formen en las filas de su Gabinete, acepten que la causa de las mujeres es secundaria, le laven la cara “el Presidente más feminista de la historia”. Esas sí son mujeres correctas, mujeres que pactan, mujeres que han pasado ya por el proceso de entender. Y es verdad, es completamente cierto, que algunas mujeres han tenido que entender que sólo pueden comunicarse a través del lenguaje masculino si quieren acceder al poder, jugar a emanciparse aunque implique su rendición casi ontológica.

    Por eso, López Obrador no entiende nada: porque no, las jóvenes embozadas y con brillantina y aerosoles no reconocen su autoridad patriarcal ni la de sus emisarias, de hecho, no reconocen liderazgo alguno. Porque son, en buena medida, mujeres en guerra contra el Estado, ese “macho violador”, donde también la responsabilidad recae en el Presidente, sencillamente porque es la cabeza del Estado.

    No, no entiende que no tiene autoridad moral sobre las mujeres feministas aunque sea un luchador social, porque sus agravios, generalizados e históricos, lo trascienden a él y a su lucha. Porque su Gobierno no ha hecho suyas sus demandas de frenar la epidemia de violencia feminicida; y porque ha demostrado, a través de sus políticas públicas, ser un Gobierno retrógrada y machista.

    Así, el Presidente se hunde, día a día, una y otra vez, con sus declaraciones, junto con sus seguidores y funcionarios, que no encuentran la manera de apropiarse políticamente de la lucha feminista y cuando lo intentan, lo hacen como una reiteración cultural de los códigos y el lenguaje machistas (y homófobos), un sostenido e ingobernable lapsus. Véanse si no, las “críticas” al machismo proferidas por el director del Fondo de Cultura Económica, Paco Ignacio Taibo II, recientemente, en Veracruz “... en la raíz cultural del abuso, del bullyng, de la persecución a la mujer está el puto, pinche, machismo”, “tenemos que partirle la madre”. Sí, es el mismo autor de “se las metimos doblada, camaradas”.

    Por si esto fuera poco ilustrativo, al funcionario se le ocurrió también que, como la batalla es cultural (contra el machismo) habría que pedirle a “los escritores que escriban esas historias que queremos leer y difundir”. Porque claro, en este país no hay mujeres escritoras narrando, desde hace mucho, con sus propias palabras, historias de machismo: las tienen que escribir ellos, faltaba más.

    No, no entienden que no entienden.