"Morena, defender el movimiento por encima del partido"
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Vivimos una realidad política que se caracteriza por la gran diversidad de actores y partidos que juegan un papel preponderante. Condiciones muy distintas a los tiempos del sistema de partido hegemónico, omnipresente y omnipotente, cuyos procesos electorales se consideraban mero trámite.
Basta observar los resultados de las elecciones presidenciales en México a favor de los candidatos oficialistas (de los partidos Nacional Revolucionario, PNR; de la Revolución Mexicana, PRM; y Revolucionario Institucional, PRI), que de 1929 a 1940 superaron el noventa por ciento de la votación. Porcentaje que se redujo drásticamente a partir del sexenio siguiente, con el primer Presidente civil o no militar, Miguel Alemán Valdés, que se alzó con la victoria en 1946 con el 77.91%, seguido por los resultados de los procesos electorales siguientes: en 1952: 74.32%; en 1958: 77.91%; en 1964: 88.82%; en 1970: 86.02%; en 1976: 91.90%; en 1982: 70.99%; en 1988: 50.47%; y en 1994: 50.18%.
Como bien puede observarse, los porcentajes de votación a favor de los candidatos oficiales, fueron reduciéndose lenta pero drásticamente, producto de una sociedad más crítica y participativa que, a partir de 1977 a la fecha, empujaron diversas reformas en materia político-electoral, que permitieron transitar hacia un modelo de partidos mucho más competitivo, lo que derivó en la alternancia del poder presidencial en 2000, 2012 y 2018.
Luego entonces, los resultados electorales en las elecciones presidenciales han sido los siguientes: en 2000: el 42.52% de la votación; en 2006: 35.89%; en 2012: 38.15%; y en 2018: 53.19%.
De los mencionados resultados electorales, podemos sacar múltiples reflexiones; el espacio de esta columna nos permite únicamente señalar con extrañeza a quienes consideran “una anomalía”, los resultados de 2018. Yo me inclino a pensar que se trata de un desfogue democrático que durante décadas se vio contenido, eso sí, anómala e ilegalmente.
El resultado de la expresión popular mediante el voto y elecciones democráticas, no debe considerarse por ningún actor político como un hecho a “corregir”. En todo caso, sin más, debe asumirse la derrota como parte del juego democrático. Más aún, cuando las reglas permiten mantener ciertos equilibrios: nadie gana todo, ni pierde para siempre.
La pluralidad política, configura un mapa electoral diverso, con un presidente de la República surgido de Morena, con mayoría en ambas cámaras del Congreso de la Unión, y 6 gobernadores de su partido, mientras que el PRI mantiene 12, el PAN 10, y las 4 gubernaturas restantes se reparten entre el PRD, Movimiento Ciudadano, Encuentro Social y la vía Independiente. Mientras, en los Congresos locales, Morena posee mayoría en 20, seguido por el PAN en 8, el PRI en 3 y Movimiento Ciudadano en 1 legislatura local.
En los municipios la historia no es muy distinta. Hoy en día, no existe entidad donde sólo gobierne un partido político. Con una tendencia decreciente el PRI gobierna en la mayoría de los ayuntamientos, seguido por el PAN y de Morena que desde su fundación en 2014, ha venido mejorando notablemente su posición política en todas las elecciones locales y federales en que ha participado.
Lo anterior se explica en clave movimiento social, que no partido político. Morena, el otrora Movimiento de Regeneración Nacional, es una poderosa herramienta política que ha logrado canalizar las llamaradas de indignación social y convertirse en un verdadero instrumento de transformación. Pensarlo como partido es reducirlo, aniquilarlo.
Defenderlo en su vertiente movimiento social es el único camino para lograr la cuarta transformación de la vida pública.